viernes, 11 de agosto de 2006

Autor desconocido

Urbano se despierta pronto en la pensión en la que se refugia. Son las doce y media del mediodía y, aunque el día amaneció gris, ahora el asfalto derretido y el sol en lo alto se besan apasionadamente en su incestuoso abrazo. La resaca, único amigo fiel que le queda, no le deja obviar el hecho de que lo de Esperanza fue un error. No, por supuesto, porque la muy zorra mereciera otra cosa, sino porque en lo más profundo de su cerebro Urbano sabe que un profesional no se puede permitir cegarse con los sentimientos de un momento concreto. No es que Urbano se crea excesivamente profesional, pero si quiere seguir sobreviviendo, es la imagen que necesita dar.

Desayuna el recuerdo del whisky de anoche. Sin magdalenas. Se viste de cualquier manera y se dirige a la calle del Pez. Espera un nuevo encargo. Cuando llega a la puerta del bar, ve como el hombre de la barra habla con un tipo al que Urbano no conoce. De pronto, el extraño se gira y sus miradas se cruzan. Urbano comprende. Demasiado tarde tal vez, renuncia a entrar al bar y aprieta el paso calle abajo. De vez en cuando, con más ansiedad y a intervalos de tiempo más cortos, mira atrás a ver si le sigue alguien. En la esquina con San Bernardo se para y observa la calle. No viene nadie. Infinitamente más tranquilo, entra en una cafetería y se pide un nuevo whisky barato. Lo necesita para reflexionar. La experiencia no le engaña, no puede ni sabe cómo hacerlo. Ha visto en la mirada que le echó el anónimo que hablaba de él con el otro, ahora tan desgraciadamente conocido, todo lo que necesitaba ver. Sólo le hace falta saber cuando para poder prevenirse.

Urbano ha decidido dejar la ciudad. No puede permitirse acabar así. No ahora. Recoge sus cosas de la pensión, caben todas en una bolsa pequeña y mete las dos navajas en la cinturilla del pantalón. Espera sinceramente, por una vez en su vida, haberse equivocado, pero no quiere correr riesgos. Baja a la calle y se dirige al metro. El viaje se le hace larguísimo. Irá hasta el punto más lejano de la gran urbe y allí hará autostop hasta dónde le lleven. Lo más lejos posible. En el metro va fijándose en cada rasgo, en cada cara, pero nada le resulta familiar. Tiene los nervios de punta. Un joven le empuja suavemente en el hombro para bajar en la estación donde se ha detenido el metro y Urbano está a punto de degollarle, hasta ahí llega la paranoia.

Urbano baja en la estación que ha elegido para empezar su viaje, seguramente a ninguna parte y a todos los sitios a la vez. De repente se fija en el hombre que baja con él. Es el mismo que vio en el bar ayer, pero esta vez no se cruzan sus miradas. Sólo siente, ya en el andén, el frío de una pistola en la base de la espina dorsal y tres aún más gélidas palabras: “No te gires”. Urbano no lo hace y el otro le dirige con la pistola hacia la salida. Al llegar a la calle, deja de sentir el glacial contacto de la pistola y lo sustituye un calor increíble, como nunca antes ha sentido, que comienza en su espalda y se extiende por todo el abdomen. Nota la sangre pegajosa abrirse paso a borbotones y cae al suelo. Un momento antes de rendirse a la evidencia de la sobria, le da tiempo a preguntar:

- ¿Por qué?
- Era su hermana, imbécil. Esperanza era su hermana.

Una leve sonrisa curva los labios de Urbano en el último momento. Y comprende. Pero ya es demasiado tarde.


5 comentarios:

  1. Pues al menos ha entendido algo, lo que ya es algo, aunque sea tarde ;).
    TOdos sus muertos eran hermanos de alguien.
    Al autor: gracias porcargarte al Urbano o terminaría entrando yo, en esta tu casa, a cargármelo!

    ResponderEliminar
  2. Glauka: No, mujer, hay hijos únicos...

    De nada, tan desagradable era el tipo?

    Elena: Era la hermana del que encargaba los muertos.
    Gracias por leerlo.

    ResponderEliminar
  3. Hermanos,padres, amigos o hijos (esto seguro) de alguien ;)

    No me gustan los asesinos, que le voy a hacer! pero tú sí que me gustas. Besos besos y más besos

    ResponderEliminar
  4. Sí, normalmente sí. Lo contrario es ciertamente excepción.

    Me alegro de gustarte, lástima que nuestro amor sea imposible...

    Besos en cualquier caso (unos doscientos en este caso, para que te lleguen hasta esta tarde)

    ResponderEliminar