miércoles, 24 de octubre de 2007


Han pasado nueve años. No sé si son nueve años menos o nueve años más. No sé si son importantes, si son los más importantes, pues no sé ni los que quedan ni cómo van a ser. Probablemente no han sido como esperabas, o no he sido, para ser exacto, como esperabas. Probablemente te he decepcionado muchas veces, no sé tampoco si demasiadas. Probablemente de haber podido elegir, habrías elegido mejores años, más tranquilos (o menos), más desahogados, más felices. Probablemente habrías cambiado muchas cosas, muchas situaciones poco deseables que el devenir de los tiempos y la convivencia han ido deparando. Probablemente aún hoy cambiarías muchas cosas, modificarías otras, mejorarías algunas, pulirías, limarías, alisarías o domeñarías muchas actitudes, muchos gritos (siempre a destiempo), muchas ausencias.

Han pasado nueve años. No sé si me hacía una idea, ni como era esa de exacta (en el caso de haber existido previamente). No sé si han sido buenos para ti, si han sido malos, si han sido regulares. Probablemente yo habría podido hacer muchas cosas de otra manera, de otro modo, con otras premisas y seguramente otras consecuencias. Probablemente hasta este en tantas ocasiones ridículo texto, estas letras absurdas, podría (podrían) haber sido distinto, otro, mejor.

Han pasado nueve años. No sé si tú piensas lo mismo, probablemente coincidiremos en algo, probablemente no en todo. De lo que estoy seguro, absolutamente, con la seguridad que da la memoria, con la certidumbre de lo recóndito, de lo profundamente vivido, visto, oído y sentido, con la convicción que da lo interno, lo cordial, lo cardíaco y lo racional, cerebral, con la fe y el convencimiento de lo sabido pero intuido, de lo que es innegable e indudable porque sale hacia fuera y no depende de nada más que de si mismo, es de que no cambiaría ni uno sólo de los mil y pico meses, de los varios cientos de miles de horas, de los incontables segundos, de los nueve años (en definitiva) que hemos pasado juntos. Ni por nada ni por todo.

lunes, 22 de octubre de 2007



Me descubro trasnochando y deseando que por una vez la luna no abdique esta noche. Las horas pasan sin dejar rastro y estamos terminando el año. Recuerdo la fina lluvia y el frío y el dolor y dejo que la sensación se deslice entre mis dedos como el humo. El futuro está ya cerca, cada vez más cerca y se podría decir que es casi pasado ya. Dulzor intenso en el ojo izquierdo y soledad en el derecho, bizqueo imperceptiblemente y pienso en ayeres a sabiendas de que es absurdo pensar en ellos.

Miro atrás y Misantropía se hace cargo, ella nunca exige nada: ya nadie exige casi nada y no lo echo de menos. Hoy he decidido elegir mi soledad acompañada, lejos de multitudes y de sangres más o menos cercanas y cerca de lo que realmente quiero y deseo. Miro mis pies y los descubro centros del universo, del conocido al menos. Nunca los planetas estuvieron tan lejos, nunca las almas tan encima.

Río fuerte y algunas personas giran sus cabezas pero no me ven, nadie me ve, me he vuelto transparente como hielo fino, frío como el fuego y desnudo como la cuerda de una guitarra. Puedo volar, sé que puedo volar pero no lo intentaré hoy. Tal vez más tarde, cuando la luna finalmente se rinda y se jubile, se retire lejos y vuelva a estar solo.

miércoles, 17 de octubre de 2007



Pregunté por ti y el salitre me contestó con una bocanada seca y salada. Pregunté por ti cuando llegué al mar y las gaviotas se reían de mí dando vueltas en el aire. Pregunté por ti, sí, lo hice aunque me había prometido que nunca caería tan bajo. Porque te echaba de menos, me dije y eso justificaba todo lo demás, incluso aquellas preguntas sordas y cobardes, que al fin y al cabo sabía a quién debía preguntar si de veras quería encontrarte. Me resultó más cómodo el saberme esforzado, el engaño estúpido (al final todos los engaños terminan por ser autoengaños, no engañamos a nadie aparte de a nosotros mismos) de sentir que había hecho todo lo posible.

Me senté en la soledad de la playa norteña en invierno, mirando el ir y venir perezoso de las olas olvidadas durante meses. Y me solacé en la sensación de pérdida, en la compasión (al final todas las compasiones son autocompasión, nadie se compadece ni más ni mejor de nosotros que nosotros mismos) y en la seguridad que da el dolor profundo. Observé el horizonte difuminado en la neblina que lo desdibujaba todo y lloré hasta no diferenciar el sabor de mis lágrimas y el de las salpicaduras marinas.

Me aferré al recuerdo de tu risa, a la memoria difusa que se empeña en empañar lo bueno disimulando y camuflando lo menos placentero hasta que es demasiado tarde, hasta que cuando te abofetea ya no puedes ni esquivar el golpe. Me agarré con ambas manos a la evocación de tus labios y tus ojos y tus manos y tu piel. Me sujeté al pasado (al final todo lo pasado es superfluo aunque duela y queme y rasgue y rompa y sangre) sabiendo que no volvería a tenerte jamás entre mis brazos y supe que ya no me importaba. Esa certeza fue la que me destrozó del todo.


miércoles, 10 de octubre de 2007



Eres luna, eres noche, eres la Venus del verde río verde oculta entre algas que cantaba el maestro de la joroba de mentira.

Eres cielo, eres Eva, eres nube, eres la que sueña la energía que hace soñar, lo dulce y lo antiguo, lo auténtico.

Eres fuego, eres materia, eres tierra, eres la Gaia de las teorías, la diosa de las azucenas.

Eres siempre. Eres mujer, eterna.


lunes, 8 de octubre de 2007



La soledad que has encontrado no es la que buscabas, por eso te duele el alma de recuerdos de días pasados. El olvido, siempre amenaza, invade tus sueños tratando de conquistar tu mente, es de caramelo caliente y sólo esperas que no sea demasiado pegajoso, que no se agarre demasiado a tu cerebro y que te deje respirar.

Elegiste tú el retiro, para pensar decías, para centrarte, para quitarte de encima el ruido. Y el ruido va contigo, lo llevas dentro, te asfixia si le dejas. El ruido nunca es totalmente externo, yo lo sé, tú ahora lo sabes.

domingo, 7 de octubre de 2007



Llevas tu alma como si fuera de otro. Te vistes de luz y atardeces, todos lo hacemos, no hay para tanto. El día del final, del ocaso último, nos va a alcanzar en algún momento, que no sepamos cuándo en absoluto implica que podamos esquivarlo.

Cubres tus anhelos con pudor prestado. Disfrazas tus pensamientos aunque sabes que el alma se mide por la altura de sus deseos. No es tarde para ambicionar, nunca es tarde para conseguir lo que se quiere. Siempre es el momento de intentarlo.