martes, 24 de julio de 2007


Duele la rutina como si no pudieras aferrarte a ninguna otra cosa; suerte que parece que el verano se ha quedado en el Mediterráneo más tiempo de lo previsto porque el cóctel hastío-estío este año se me antoja insoportable. Recuerdo cuando Enero cicatrizaba charcos en las calles sucias del centro y me angustia pensar en lo que queda para que se repita.

Fumo sin parar y parece que la nicotina, el alquitrán y el benceno –sobre todo el benceno- me enseñan el mundo que me-nos rodea. Es el de siempre pero parece más negro.

Deseo que la rueda dé otra vuelta y otra vuelta más para ver que toca después, aunque mucho me temo que será muy –demasiado- parecido.


lunes, 16 de julio de 2007



¡Bienvenidos sean, señoras y caballeros, niños y niñas, al fabuloso mundo del circo, donde dar un paso en falso puede significar la muerte!

¡Bienvenidos sean al mundo de los perdedores, de los desposeídos, de los monstruos de feria!

No se pierdan al niño que buscó durante años a su madre y que al encontrarla se enteró de que ella era la que le había abandonado.

Disfruten ya del incomparable espectáculo de la niña que quiso ser modelo de pasarela y terminó drogadicta terminal. Ahora sí que está realmente delgada.

Podrán contemplar, en rigurosa exclusiva, al imbécil que regó flores con su propia sangre y se las entregó a su amada... ...para ser rechazado por esta, claro.

Sorpréndanse con la joven inválida. Atrévanse a arrojarla cosas, ella intentará esquivarlas y no siempre lo conseguirá.

Y ¡cómo no! También tenemos payasos. De todo tipo además.


viernes, 13 de julio de 2007


Alicia vive a este lado del espejo, donde las sombras existen y son largas y negras. Donde los conejos no usan reloj y las cartas –y sus personajes- son inanes y no van por ahí asustando a nadie con decapitaciones. Donde los sombrereros locos no se plantean si deben matar o no al Tiempo y los gatos, sean estos de dónde sean, no hablan más que en maullidos que sólo los iniciados –y Alicia indudablemente lo es- comprenden. Donde las orugas no dan consejos ni aunque se les pidan y por supuesto no fuman en pipa. Donde las tortugas son auténticas y lentas, muy lentas.

Alicia vive a este lado del espejo, donde las maravillas oficiales tienes que comprarlas y a las regaladas no se les da importancia. Donde los países y sus absurdas fronteras son demasiado dolorosos para demasiadas personas y donde ya no quedan casi barcas en los ríos y donde ya apenas se venden sombreros de verdad y donde las tortugas vienen de Florida y donde las orugas se usan para construir urbanizaciones.

Alicia vive a este lado del espejo, pero le gustaría cruzar al otro. Al lado de las nubes de colores y de las setas gigantes. Al lado de las estrellas en el cielo y el sol de primavera. Al lado de los animales casi humanos y de los humanos animales. Al lado de los sueños y los deseos cumplidos. Al lado de las praderas interminables y el olor a pino. Al lado claro, al lado fresco, al lado dulce.

Alicia piensa que ayer era otra persona y no se equivoca. Ayer fue niña, ayer fue inocente. Ayer fue otra persona, sin lugar a dudas. Ayer Alicia no lo sabía todo, no lo creía todo y no le dolía nada.

Alicia cree que el mundo que le rodea podría ser mejor, lejos de solidaridades mal entendidas y de ayudas al tres por ciento de interés. Pero en esto Alicia sí yerra, porque el mundo es tal y como cada persona quiera verlo, como cada persona quiera que sea.

Alicia es una optimista y por eso confía en que ahora, en su ahora, sea todo distinto, quizá no mejor ni peor, pero sí distinto. Alicia se mira en su espejo, uno de esos grandes espejos que ya no reflejan tan bien y que están un poco gastados de mirarse. Intenta ver cómo es al otro lado, le duelen los ojos de forzarlos en ver más allá, solo consigue verse a sí misma. Alicia se mira en su espejo y espera y espera y espera. Entonces comprende, rompe el espejo y se mira por dentro.

martes, 10 de julio de 2007


Hace tres cuartos de hora que espero que el tren se ponga en marcha. He llegado pronto, normalmente me gusta llegar con tiempo a los sitios, odio esperar tanto como hacerme esperar. Voy sentado, solo, al lado de la ventanilla. Madrugada entra en el vagón y se sienta a mi lado. Lleva un extraño bolso lleno de estrellas pequeñitas, casi invisibles, me dice al ver que me fijo en ellas que crecerán cuando el tren arranque.

Nos ponemos en marcha y la perspectiva lejana ya de la ciudad que dejo atrás, sus luces y sus recuerdos ocupan mis pensamientos. Madrugada sigue sentada, parece tranquila. En silencio la miro y, como había prometido, las estrellas de su bolso del color del cielo se hacen cada vez más grandes y brillantes. No quiero preguntarle nada, no quiero hablar con nadie. Cierro los ojos e intento dormirme. El traqueteo y el ruido leve y sordo del metal en las vías, metal contra metal, me ayudarán. De repente se abre la puerta del vagón y Pesadilla se sienta en el asiento de delante. Saluda sin mucha convicción y procuro no hacerle caso. Empieza su cháchara insustancial, no me deja dormir. Le pido, amablemente, que se calle. Parece que me hace caso. Al rato, se levanta con cuidado -supongo que para no despertarme- y sale del compartimento.

El viaje continúa. Mi dormir inquieto (unos pocos minutos de sueño combinados con gotas de despertar intranquilo y hielo de cansancio) se ve interrumpido. Primera y única parada. Bajan unos pocos viajeros que rápidamente se pierden en el andén vacío. Nadie sube, nadie más coge este tren. Se ve que me tocará recorrer el resto del trayecto con mi rara compañía.

Intento conciliar de nuevo el sueño. Madrugada también, aunque el resplandor de su bolso se lo pone difícil. A mi no me molesta, desde que conocí a Raso, no he hecho más que echarla de menos. Pienso en ti como no podía ser de otra forma, también te echo de menos. Apoyo mi cabeza en el hombro de mi silenciosa acompañante y me duermo con tus ojos en mi descanso, tu aliento en la piel y tus labios en el alma.

El tren ha llegado a su destino. Al despertar, lo primero que me llama la atención es que la luz que lo llena todo no es blanca, tiene un cierto aspecto color hueso, como sucio, eso que llaman blanco roto, supongo. Me siento en un banco que encuentro vacío y espero una comunicación que me confirme un trasbordo. Aún no sé si es así, no sé si el viaje continúa o si he llegado al final y solo esta luz eterna me acompañará en lo sucesivo. Quizá se apague y no quede nada o tal vez haya otro tren para mí, otro destino. En breve me enteraré. Tendré paciencia.

viernes, 6 de julio de 2007


- ¿No las habías visto?
- No. Nunca. No me había fijado.
- Pues están por todas partes. Siempre han estado ahí. Desde que llegamos.
- No lo entiendo. ¿Por qué nos siguen?
- No nos siguen. Nos rodean. Están. Se mueven, van y vienen, nunca se acercan. Solo están.
- ¿Y si lo hicieran?
- Si hicieran ¿qué?
- Acercarse. Puede ser peligroso...
- No creo que lo hagan. Han tenido muchas ocasiones para aproximarse más y no lo han hecho. Estate tranquilo.
- No puedo estarlo. Me dan miedo.

Las sombras que se alargan con la caída del sol son tan equívocas como los ruidos desconocidos. No importa cuánto tiempo haga que conoces su existencia ni lo racional que seas: al final en el fondo de tu mente siempre te queda la duda. Siempre está la sensación –certeza- de qué es más lo ignorado que lo sabido, lo ignoto que lo estudiado. Resulta muy molesto, por muy escéptico que se sea, ese extraño convencimiento que tantas veces te resta valentía.

El miedo es otro seguro compañero de la oscuridad. Es genético, es casi inherente al ser humano (por no decir a cualquier ser vivo). Ese miedo, denso y pastoso, irracional, que te agarrota, que te eriza el vello, que te acelera el latido. No es concreto, no es por tanto explicable, no se puede conjurar. El pavor que te abre los ojos al máximo, que te provoca escalofríos y sudores, que te despierta en medio de la noche, que se te aferra a los tobillos y tira fuerte, muy fuerte.

- ¿Sabes qué son? ¿quiénes son?
- Ni idea. Sé lo mismo que tú. Pero no tengas miedo, de verdad, no nos harán nada.
- No sé por qué estás tan seguro. Dices que no sabes qué son...
- Y no lo sé. Pero no me preocupa lo que no conozco.
- Tú siempre tan práctico...

¿De qué sirve preocuparse de lo que no se conoce? ¿para qué angustiarse si ese agobio no solucionará nada? Pues porque no es algo pensado, previsto ni que se haga para resolver nada. Es inevitable. Por desgracia lo es.

- Y si no te preocupan, ¿por qué huimos todo el tiempo?
- Pues porque sé que nos buscan, sé que andan detrás de nosotros, aunque a lo mejor esas siluetas no tienen nada que ver. A lo mejor son sombras solo, que sé yo, el sol y los árboles, el viento juega a veces de forma caprichosa. Aún así, es mejor que no nos quedemos quietos.
- ¿Quién nos busca? ¿por qué?
- De sobra lo sabes. No quiero explicarlo de nuevo.

Tres meses huyendo por el bosque, comiendo lo que el mismo bosque decide regalar, bebiendo cuando es posible y siempre corriendo. Al final del camino, los árboles son amigos, la hierba fiel compañera de cama y los escasos animales con los que se cruzan se reparten entre motivo de inquietud, camaradas de desdicha y proteína pura.

- No hemos hecho nada malo.
- Lo sé. Pero no todos pensamos lo mismo y ahora déjame en paz un rato, no quiero seguir hablando.

El no poder charlar con nadie genera difíciles conversaciones, dualidades imposibles y una cierta y necia lucidez. O sabia, según se mire. La soledad, cuando es profunda y real, no ayuda en nada. Cuando el fin está cerca, la única forma de combatir el esparto en la lengua y en el alma es dirigirse a quien quieres y a quien te quiere. Cuando el fin está cerca, no queda nadie más.



- Ahí está. Ya le tenemos.
- Espera, no quiero que falles. Espera... ¡Ahora!

El primer disparo golpea la pantorrilla derecha derribándole. El desertor se levanta a duras penas e intenta seguir corriendo. La segunda bala entra por la espalda, destrozando columna y sueños, seccionando médula y libertad, talando carne y vida. Cae al suelo, todavía no muerto y se arrastra pesadamente. Sus perseguidores (sus asesinos, sus verdugos, han tardado mucho tiempo en encontrar razones, en infundirse más que valor, causa real) esperan pacientemente a que todo acabe. Y todo termina, como terminan las esperanzas. Solas.

martes, 3 de julio de 2007




Si es cierto que tienes el corazón teñido de rocío.
Si es verdad que llevas en tu voz el epitafio de un suicidio.
Si es seguro que quieres abrigar la nieve con los labios.
Si es innegable que sientes la locura en el alma.
Si es dudoso que desees hacer de lo intangible, novedad.
Si es mentira que percibas el aullido de los locos.
Si es falso que necesites sufrir para amar.
Si es mentir, decir; penar, sentir; amar, golpear; fingir, morir.

Entonces, eres.