viernes, 7 de agosto de 2009

Alicia y Patricia son bipolares. Es decir, sufren trastorno bipolar. A ambas las conozco, a ambas las considero amigas aunque tengo bastante más trato con Alicia. Es un hada, un hada de pelo largo castaño y ojos expresivos. Sonríe, cuando lo hace, con hoyuelos sutiles y al verla te gustaría que lo hiciera más a menudo. Patricia no sé como sonríe, no dudo que lo haga. Ella es un poco sirena, más mediterránea, tal vez sea el origen sureño, tal vez otra cosa, pero es más abierta, más franca, más extrovertida. Son tópicos en cualquier caso.

Alicia y Patricia no se conocen, aunque tengan muchas cosas en común o así he de suponerlo. Ambas, como Sísifo se pasan la vida empujando piedras enormes montaña arriba. Ambas saben perfectamente que volverán a caer por el otro lado pero tienen que seguir empujando, siempre sería peor quedarse abajo, junto a la piedra. Tiene que ser duro, lo es sin duda, saber que todos tus esfuerzos, todos tus intentos de empujar, de tirar hacia arriba, van a quedar en nada. Ha de ser difícil levantarse cada mañana y recurrir al Seroquel o al litio o a lo que sea, simplemente para poder pasar más o menos el día. Por prescripción médica, para más inri.

El Seroquel u otro antipsicótico. En diferentes dosis. Combinado con otros. La panacea, el paraíso soñado. Sí, dejan de ser ellas mismas (pero es que los médicos dicen que ellas mismas son peligrosas). Sí, pierden espontaneidad, “talento”. Pero son más dóciles, son capaces de seguir adelante. ¿Con mirada bovina? Puede. Pero son daños colaterales. Lo importante es que sean “normales” y para eso mucho mejor las drogas que cualquier otro método. Son más baratas y más manejables. No requieren más esfuerzo por parte del terapeuta que el acertar la dosis al prescribirlas…

Alicia y Patricia están hartas de químicos. Están hartas de no reconocerse en el espejo. Están ahítas de “normalidad”. Desean no depender de nadie más que de ellas mismas pero se han visto sin pastillas. Saben que es peligroso pero algo las empuja a tomar la decisión aunque pueda ser la equivocada.

Y un día se levantarán de mañana, se desperezarán y decidirán que no necesitan ayudas externas, que ya están hartas, que es suficiente. Y empujarán la piedra por la pendiente a pelo, sin drogas. Y la verán caer, otra vez. Y pensarán que no pueden, se acordarán del mar, porque las dos, como no podían ser menos, aman el mar. O la mar. Quizás las olas, quizás la dualidad vida-muerte, quizás simplemente aman, sin razones, sin explicaciones, sin psicoanálisis barato, el mar. O la mar.

Lanzarán las piedras lejos, para que sea el agua quien las levante y las baje, mientras ellas observan. Esperando la recaída. Pero esta no regresará, no sabrán cómo, no sabrán por qué, pero estarán curadas. Y podrán ser de nuevo el hada y la sirena. Ese día llegará. Aunque yo no sepa cuándo.