miércoles, 22 de septiembre de 2010


Verónica es verde, como Christine es blanca o Rubella roja. Verónica es verde siempre pero es más verde cuando el sol la pone morena. Entonces es verde de verdad, verdadero verde. Su color es lo de menos, claro, siempre es lo de menos. Lo de más es que tiene la cualidad de estar ahí aún cuando no está: sabes que si es necesario puedes contar con ella siempre.

Verónica es un dragón pintado, es un concierto en Leganés, una charla matutina en sillas de madera pintada de verde. Es una gabardina larga, negra. Pelo larguísimo, también negro y siempre más rizado de lo deseado. Es Mazagón contado muchas veces y escuchado la mayoría, baloncesto aficionado contra tabla, es Gabriel y Galán, castúo discutido, consulta, estudio y ocio. Verónica significa muchas cosas, significa pan con chocolate en el Rastro madrileño, significa mil conversaciones con cerveza y otras mil sin ella. Verónica fue la primera en ver a mis hijos cuando eran todavía grises. Fue la primera en saber que su madre sería su madre. La primera en mirarme por dentro o la primera en verme, que viene a ser lo mismo.

Verónica no es leyenda urbana, existe, claro que sí, aunque viva lejos. Existe y es, aunque no siempre porte la victoria. Hoy Verónica pasa un mal rato. Hoy la vida no es como ella querría que fuera. Hoy sabe o debería saber que sin estar allí, allí estoy.