Pero no puede ser. El repertorio cambia cada momento, no hay dos segundos iguales. No en esencia. Puto Schrödinger, piensas para tus adentros. Sin embargo, su presencia en tu mente dura poco. El duermevela hace que en rápida sucesión vayas de la cuántica al gato; del felino al arqueo de la espalda femenina que se levanta en ese momento. Y de ahí a todo lo demás. Intentas en vano agarrar esa sensación pero se te escapa entre los dedos como arena. Y de la arena, al reloj; del cronómetro, al tiempo como concepto. No hay tiempo para abstracciones (tu cerebro se recrea en la polisemia una milésima de segundo, una décima tal vez), no. No, cuando quieres recuperar sabores, olores y tactos. Lo antes posible.
Con los cuatro ojos puestos, con la mirada ya limpia, con la cabeza despejada, todo se ha perdido. La figura en lugar de hacerse obvia ha desaparecido. Suerte que ha dado tiempo. Suerte que en el álbum de tu cabeza hay un hueco menos. Lo demás son recuerdos, evocaciones del pasado que no regresan aunque limpies una y otra vez los cristales que te separan de la realidad. Esa que es mejor (a veces, sólo a veces) contemplar sin gafas.