jueves, 9 de marzo de 2006

Autor desconocido


Sueñas. Duermes tranquila recordando su cuerpo. Ese cuerpo que anoche te amó, y amaste, en silencio. Recuerdas sus besos, sus caricias, su piel, su sudor. Recuerdas sus ojos, sus manos, sus dedos, su boca. Piensas en cómo, ambos desnudos, te rozaba con las yemas de sus dedos provocándote escalofríos. Eras muy consciente de cómo tu piel iba erizándose bajo el contacto con sus manos y aumentando tu deseo. Y el suyo. Ese deseo que te recorre todo el cuerpo y que prolonga la sensación de sus caricias en el tiempo. Las manos que se aventuran en los rincones más escondidos, millones de dedos por todas partes. Lenguas de fuego que encienden tu alma, la inflaman, la llevan más allá. Y tu consciencia la sigue, como no podía ser de otro modo. Tu cuerpo se retuerce, se arquea y llega el final o el principio.

El sueño te provoca una sonrisa involuntaria cuajada de recuerdos. Recuerdas el placer, la mutua donación. Recuerdas como te abrazó después, como os amasteis entre respiraciones aún agitadas y gemidos postreros. Recuerdas el calor de su presencia en tu espalda, la sensación de saberte protegida, amada, segura. Los besos en los ojos cerrados, en las comisuras de la boca. Los te quiero susurrados, las caricias en tu pelo.

Te despiertas aún sonriendo y te das cuenta de que has pasado la noche sola.


miércoles, 1 de marzo de 2006



Miro a tus ojos y veo lo que busco. Veo la ternura, la pasión, el deseo. Creo que tienes tantas ganas como yo, que tú también quieres lo mismo. Me acerco a ti, pero das un paso atrás. De nuevo me exiges, de nuevo el chantaje. Si te quiero, si deseo tu cuerpo (porque tu alma sé que siempre será sólo tuya), debo acatar tu voluntad. Debo obedecer. Te digo que no puede ser, que otra vez no. Te digo que ya sufrí demasiado la última vez, pero veo el mohín en tus labios de niña mala. Sabes que no debemos repetir cómo sabes que no puedo resistirme a ti. Silenciosa, sonríes. Sabes que me tienes casi convencido. Contoneas tu figura, prometiendo. Me haces un gesto, una invitación. Te acaricias comprometiendo tu piel. Me resisto. Me enfado incluso. Probablemente esta sea la última vez que nos veamos, pero no te saldrás con la tuya. No pienso volver a matar por ti. Ni aunque sea a tu marido.