Sueñas. Duermes tranquila recordando su cuerpo. Ese cuerpo que anoche te amó, y amaste, en silencio. Recuerdas sus besos, sus caricias, su piel, su sudor. Recuerdas sus ojos, sus manos, sus dedos, su boca. Piensas en cómo, ambos desnudos, te rozaba con las yemas de sus dedos provocándote escalofríos. Eras muy consciente de cómo tu piel iba erizándose bajo el contacto con sus manos y aumentando tu deseo. Y el suyo. Ese deseo que te recorre todo el cuerpo y que prolonga la sensación de sus caricias en el tiempo. Las manos que se aventuran en los rincones más escondidos, millones de dedos por todas partes. Lenguas de fuego que encienden tu alma, la inflaman, la llevan más allá. Y tu consciencia la sigue, como no podía ser de otro modo. Tu cuerpo se retuerce, se arquea y llega el final o el principio.
Te despiertas aún sonriendo y te das cuenta de que has pasado la noche sola.