Hubo un tiempo en el que ese dudoso medio de transporte era el vehículo de cien mil sensaciones a pesar del incómodo sillín y del chirrido agónico de la cadena. Un tiempo de carreras arriesgadas, de viajes imposibles, de morrazos y golpes y brechas y moratones inconcebibles hoy en día. Un tiempo en el que la inconsciencia era la hermana pequeña de la diversión y no había ni tantos psicólogos infantiles ni niños traumatizados por tener alguna cicatriz de más (al contrario, el número de marcas era importante por lo que tenía de currículo vital). Un tiempo en el que los amigos jurábamos con sangre lo incontestable e infinito de nuestra relación (veinte años sin verlos ni casi recordarlos no me han hecho olvidar aquellos pactos) y te echabas novias de las de pasear de la mano y besar en la mejilla como summum de la más pecaminosa lujuria.
Hubo un tiempo en el que por ir a por el pan te jugabas la vida en cada curva de cada imposible carretera, llena de baches y de coches sin airbag. Un tiempo en el que las chucherías se concedían con cartilla de racionamiento y las play station eran cien por cien plástico y sin pilas. No había tantos juegos pero te divertías igual o más. Fue un tiempo bonito aunque duro y los que lo vivimos esperamos poder leer recuerdos de este tiempo dentro de otros tantos años (por parte de los que ahora recorren ese camino tan iniciático, tan de Kerouac en el fondo). Ya sé que siempre se tiene la percepción de que cualquier tiempo pasado fue mejor (los “good old days” aquellos). Ya sé que se magnifica lo relacionado con la infancia y, en general, casi cualquier recuerdo lo bastante lejano en el tiempo. Sé todo eso, sí. Pero es que hubo un tiempo en el que la felicidad absoluta no dependía de dineros ni de clases, no dependía de colores ni de envidias. Se disfrutaba de lo que se tenía, sin mirar a los lados ni hacia atrás, sin pensar en mucho más allá de un momento concreto. Sin dudar tanto, joder.
Hoy no es así. Ya no hay bicicletas infantiles ni adolescentes por las calles. Si quieres que te atropellen dos ruedas movidas por tracción animal, únicamente te queda el recurso del deportista imbécil con su casco de diseño o del dominguero feliz. Nada que ver. Por eso quizá los niños ya casi no sonríen. Por eso quizá ha cambiado el tránsito de chaval a adulto: sólo quedan o niños de cuarenta años o adultos de doce. Por eso a lo mejor esa bicicleta estaba ahí. Por eso a lo mejor nadie le hacía demasiado caso.