jueves, 26 de noviembre de 2009


La sangre sobre la nieve es más roja. Y el sonido de una bala que rasga el silencio es más aterrador. Y el pánico en los ojos no se ve si el que se desploma está de espaldas. Y en lo que llega la bala a su destino, tienes tiempo de sobra de arrepentirte de apretar el gatillo. Y si no lo haces entonces, no lo harás nunca. Y el cuerpo que cae en blando no enjuaga la culpa. Y poco importan las razones. Y no, no es lo que te habían dicho, no es sencillo, no es rutinario, no es como cazar ciervos. Y sí, seguramente se lo merecía, seguramente haya más de una víctima, seguramente no era el final soñado, seguramente. Pero eso no te va a hacer sentirte mejor, eso no va a borrar el dolor, no lo va a atenuar siquiera un poco. Y por supuesto, no va a dejar la nieve más limpia.


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lunes, 23 de noviembre de 2009


Christine y su pelo castaño. Christine y su voz grave y dulce a ratos, amarga a otros. Voz como de cacao, creo. Christine y su piel tan pálida y sus piernas tan largas; su boca tan suya, sus manos tan mías. Christine deshoja pétalos como cuchillas y es voluble como el cielo. Es tan caprichosa como adorable y es tan odiosa cuando quiere…

Christine se peina sin mirarse al espejo, se conoce demasiado. Se enjuga una lágrima que llora en silencio. Ella sabe el motivo, yo también aunque calle. Ella sabe el futuro, yo recuerdo el pasado. Los minutos se deslizan eternos como en un reloj derretido. Las agujas se pararon hace tiempo, se detuvieron en realidad en aquella primera uña pintada. Allí se quedaron esperando no sé muy bien el qué. Y no habrá más relojes ni ocasiones. Christine sabe que caerá la noche y será la última noche. Ambos lo sabemos pero ella opta por llorar y yo por recordar. Ya lloraré mañana o nunca.

Christine que fue Rubella, fue Venus, fue Luna, fue tantas… De golpe deja de llorar y sonríe. Me da por creer que ha comprendido, me da por pensar que sabe qué pienso, me da por adivinar lo sentido en ese momento. Una penúltima risa a dos, una caricia, un abrazo prolongado. Un beso intuido y un tríptico que termina, como terminan todas las historias desde que se abolieron los puntos finales.

No hay canción porque ella es la música y la letra.

lunes, 16 de noviembre de 2009


Christine se despereza como los gatos, arqueando la espalda, lentamente, muy lentamente. Me mira y sonríe y el buenos días que sale de su boca todavía con voz pastosa, suena como si no fuera a haber nunca ninguno más. Christine se incorpora y la sábana que la cubría resbala acariciándola la piel. Queda de espaldas, desnuda la columna, las blancas bragas un poco descolocadas. La miro en secreto (aunque ella sabe que la miro y yo sé que lo sabe y ella sabe que lo sé). La recuerdo dormida hace poco rato, los ojos cerrados, el pulso tranquilo y la respiración pausada, los sueños ocultos.

Christine es de fresa y eso ella lo desconoce. Es la mujer del caleidoscopio en la mirada, la que nunca sabes lo que te vas a encontrar cuando cruzas los ojos. Oigo correr el agua en el baño, anticipando una ducha caliente. Me apresuro, compartir higiene elemental siempre es la mejor manera de ahorrar, la pertinaz sequía, ya sabéis. Bajo el líquido, Christine ya no sabe a fruta roja, es un sabor más profundo, más complejo. Como un enólogo de todo a 100 aspiro el aroma de su pelo, sin chorradas afrutadas, sin cítricos ni frutos secos, sin turbas ni nada de esto. Un abrazo, cincuenta besos, manos que entrelazan y labios que prueban y catan, ahora sí.

Desayunamos vino tinto, no puede ser de otro modo. Sin salir de la cama, compartimos copas y susurros. El espejo a los pies de la cama nos devuelve realidades, pero Christine, como la Alicia de Carroll está mucho más allá de un reflejo. No somos como los demás, me dice bajito. No somos como esas mujeres y esos hombres que llenan sus nadas de televisión. Ella no, desde luego. Ella es diferente, aún desintegrándose…




lunes, 9 de noviembre de 2009



Christine se pinta las uñas tranquila, con calma. Se mira los dedos de los pies, pensativa. Yo la observo desde el sofá. Me fijo en sus ojos castaños y me doy cuenta de que tiene la ciudad tatuada en las retinas. Edificios, calles oscuras, bares abiertos. Plazas, bancos, niños jugando. Árboles raquíticos, setos, columpios. Putas y policías, vecinos y yonquis, ancianos y palomas. Van pasando por sus ojos como diapositivas, despacio pero sin pausa, movimiento inerte. De pronto dirige sus ventanas hacia mí, parece que va a decir algo pero moja el pincelillo del pintauñas y sigue en ello.

Christine es lista como el hambre, es inteligente y tiene una belleza especial, ya no corriente. No es guapa en el sentido académico del término pero, por el contrario, es imposible resistirse a su mirada, a su andar elegante, a su risa imposible. Hace años que la conozco pero nunca dejo de conocerla. Hace siglos que sé de ella pero cada día es una sorpresa nueva. Me gusta mirarla cuando se pinta las uñas, medio desnuda, concentrada en lo que hace, delicada en cada gesto. Me gusta en lo cotidiano porque lo hace distinto, lo hace especial, insólito y excepcional. Me gusta todos los días porque parecen domingos.

Christine sueña desvelada mientras se decora los dedos, largos y móviles, hábiles. Sueña futuros y al soñarlos los hace sueños presentes de entre semana. Tiene esa rara destreza de hacer incomparable lo común. Christine es especial a su manera, es lazarillo de ciego despierta y libro abierto dormida.