jueves, 30 de diciembre de 2004

Oliver Flesch


Este relato fue publicado por su autor en el foro de relatos eróticos de petardas el 30 de diciembre de 2004

ÉL

En Navidad, lo que más aborrezco es la pasión consumista que hace que todos y cada uno de nosotros se dirija a las tiendas como si lo regalaran. Siempre que veo la estampa de la gente saliendo de los comercios con sus carros llenos de paquetes, me vienen a la cabeza la imagen esa de una película de Buñuel con un rebaño de ovejas saliendo por la puerta de una iglesia. Todos los años trato de resistirme a formar parte de semejante manada, pero debe ir en los genes, porque todos los años termino mezclándome con ella. Este año no iba a ser menos, así que dirigí mis pasos hacia donde todo el mundo dispuesto a perder la menor cantidad de tiempo posible.

Entré en el centro comercial y la vi. Su pelo, largo y negro, caía sobre su espalda, a duras penas tapado por el absurdo gorrito que tapaba su cabeza.

Ella me miró. Sonrió. Lentamente, me hizo una seña. La acompañé a los servicios del centro comercial sin mediar palabra entre nosotros. Una vez allí, me cogió la mano y nos metimos en uno de los cubículos del baño de señoras. Sonrió de nuevo y, muy despacio, empezó a desabrocharse el cinturón, negro y ancho, que ceñía tanto su amplia chaqueta como su estrecho talle. Al caer el cinturón al suelo, la hebilla repiqueteó en las baldosas y la chaqueta se abrió dejando ver el suéter rojo que llevaba debajo. Apoyando el pie en la tapa del water, se quitó las botas. Primero una y luego la otra terminaron en el suelo, junto al cinturón. Pensé que se quitaría los pantalones, pero en vez de eso, se acercó a mí un poco más (aunque era difícil dadas las dimensiones del sitio en el que nos encontrábamos) y empezó a desabotonar mi gabardina que pronto fue a reunirse con sus botas.

Entonces, relamiéndose ligeramente los labios, tiró de mi camisa para sacarla del pantalón y, como si fuera un jersey, me la sacó por encima de la cabeza. Acarició mi pecho con sus largas uñas, jugueteando un momento con el vello que lo cubre. Después se echó hacia atrás y se bajó el pantalón. La visión de aquel cuerpo maravilloso vestido sólo con panties y suéter me excitó muchísimo, cosa de la que, estoy seguro, se dio cuenta, pues volvió a sonreírme.

- ¿Te gusto? – dijo ella.
- Claro –dije-. ¿No lo notas?

Me acarició delicadamente el bulto que sobresalía en el tergal de mi pantalón y no dijo más, aunque sus ojos me contestaron que sí lo notaba.

Se quitó el suéter y la blonda blanca de su sujetador, destacando en el moreno de su piel, saltó a mis ojos. El sujetador se hizo hueco en la pequeña montaña de ropa que había en el suelo, descubriendo sus pechos erguidos, de pezón violáceo y aspecto irresistible.

- Bésame – dijo.

Procedí a hacerlo mientras torpemente acariciaba su espalda. Me apartó suavemente e hizo que sus medias se deslizaran por sus caderas y piernas hasta enrollarse en sus tobillos. Me agaché y, despacio, saqué sus pies de las medias y los besé con más lujuria que cariño, todo hay que decirlo. Mientras lamía entre sus dedos, tire de la goma de las bragas hacia abajo y la dejé totalmente desnuda ante mis ojos. La vista que había desde allí abajo era absolutamente impresionante.

Ella tiró de mis axilas levantándome y bajó la cremallera de mi pantalón. Apartando el slip, liberó mi polla tan enhiesta que, si hubiera esperado un poco más, supongo que habría terminado de liberarse sola. La cogió con su mano y, mirándome a los ojos, se la llevó a la boca empezando a lamerla desde la punta a la raíz, proporcionándome un placer que hacía tiempo que no sentía.

Después la rodeó con sus labios y comenzó un ejercicio de succión que para sí querrían los fabricantes de aspiradoras, valga la comparación. Tuve que apoyarme en la pared de detrás para no caerme. Cuando pensé que me correría en su boca, puso un pie en la taza del water y me atrajo hacia sí.

Cogió mi muy mojada polla con su mano y la dirigió hacia el centro de sus otros labios, sin duda tan o más apetitosos que los de arriba. Si no fuera porque obviamente me dejé, podría decir que prácticamente me violó. Agarró con fuerza mis nalgas y empezó a follarme del modo más salvaje en el que lo hayan hecho jamás. Al poco rato, se corrió y me corrí. Noté que se corría por como me la apretaba con su vulva y, claro, ante semejante situación, me vi obligado a corresponderla entregándole todo mi semen.

Tras corrernos, sin decir nada, se limpió como pudo con papel higiénico, se vistió y se fue, dejándome allí dentro a mí solo.
Quise salir a preguntarle al menos su nombre pero cuando terminé de vestirme, al asomarme fuera, no había nadie. Recogí mis cosas y salí del baño a seguir comprando más regalos.

Aún estaba donde la vi por primera vez. Al recordar lo que había sucedido, noté que estaba empalmado de nuevo. Me giré y vi a unos cincuenta metros a uno de los guardias de seguridad del centro comercial. Me acerqué a él y le pregunté por los servicios pues sin duda tenía que hacer algo para desahogar la erección.

- Por favor, ¿podría indicarme dónde están los servicios?
- Por supuesto, como casi siempre, al fondo a la derecha –dijo.

Al llegar a los baños, vi que estaban fuera de servicio. Me giré y la vi de nuevo. Iba vestida de Papá Noel, o debería decir de Mamá Noel(a), ya que no llevaba barba y, desde luego, no tenía barriga. Pensé, al fin y al cabo, el hombre propone y la mujer dispone.

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ELLA

En Navidad, lo que más aborrezco es la pasión consumista que hace que todos y cada uno de nosotros se dirija a las tiendas como si lo regalaran. Siempre que veo la estampa de la gente saliendo de los comercios con sus carros llenos de paquetes, me viene a la cabeza la imagen esa de una película de Buñuel con un rebaño de ovejas saliendo por la puerta de una iglesia. Todos los años trato de resistirme a formar parte de semejante manada, pero me resulta imposible ya que trabajo de promotora en uno de estos grandes bazares del capitalismo. Sí, ya sé que me estoy poniendo un poco roja pero no puede ser menos dado que desempeño mi trabajo disfrazada de San/ta Nicolás/a. Este año no iba a ser menos, así que dirigí mis pasos hacia donde todo el mundo dispuesta a perder la paciencia lo más tarde posible.

Entré en el centro comercial, me dirigí a mi puesto de trabajo y le vi. Su pelo, ralo y escaso, tapaba una más que incipiente calva.

Él me miró. Sonrió. Le devolví la sonrisa con más cortesía que ganas. Debió malinterpretar mi sonrisa porque empezó a desnudarme con la mirada. La gabardina ajada que llevaba y, ¡Oh Dios!, sus pantalones de tergal gris no contribuían precisamente a aumentar su atractivo.

Noté como introducía la mano en el bolsillo de su pantalón y al poco rato se acomodó la gabardina para disimular su erección. La verdad es que me dio bastante asco la situación, así que intenté mirar para otro lado y centrarme en los niños que se acercaban a mí a jugar con los juguetes de la marca que me había tocado promocionar ese año.

No sé porque pero volví a mirar a aquel tipo. Seguía con la misma mueca libidinosa de antes pero ahora me miraba aún más fijamente. No sé qué estaría pensando pero desde luego no me gusta que me miren así. Parecía estar pensando en como sería hacérselo conmigo.

Al poco rato vi que iba andando hacia el guardia de seguridad y después hacia los servicios. Imagino que iría a cascársela ya que es lo que suele hacer este tipo de mirones. Enseguida volvió a salir. Parece que el guardia no le había avisado de que los baños estaban fuera de servicio. Pensé, al fin y al cabo, y menos mal que es así, el hombre propone y la mujer dispone.