Madrid. La ciudad que nunca duerme -mucho menos que Nueva York, digan lo que digan-. Madrid, la castiza, la mestiza, la de en verano la paliza y en invierno la pelliza. Madrid, la calientapollas (o calientacoños, que haberlos haylos), la que aparentemente se va a dejar hacer pero no se entrega nunca del todo. La reservada, la fría, la acogedora… para el que es de dentro.
Madrid la oscura, la sucia, la de los aires de grandeza, la expansiva, la paleta. Madrid la ruin, la bohemia… en versión cutre. Madrid la querida, la odiada en la misma medida, la del centro dudoso. Amo el Madrid caótico, el incómodo, el de Amaniel, el de Barco, Tres Cruces y Desengaño, el de la calle del Pez y Minas y Madera. El Madrid austríaco, el de Malasaña, el de Lavapiés y el de Atocha. El del río y el Viaducto, el de las puertas diversas, el de Rosales. El Madrid de Pirámides y de Melancólicos, el de la Virgen del Puerto, el del cementerio de San Isidro.
No me interesan el Madrid de Capitán Haya e Infanta Mercedes, el cuadriculado salmantino o el del Paseo de la Habana. Mucho menos el de Castellana, el de padre Damián ni el de Concha Espina. Me cargan las mocitas madrileñas porque me cargan los himnos, casi todos aunque unos más que otros. Me sobra el Madrid de allende la M-30, no le niego a algún barrio el buen gusto pero son tan Madrid como cualquier pueblo periférico, absorbido pero periférico.
Madrid, denostada y querida a partes iguales; tanto como abandonada, acariciada muchas noches. La ciudad, la Ciudad para tenerla cerca siempre y cuando esté lo suficientemente lejos. Incluso el Madrid que adoro -el de los techos altos y los portales viejos, el que prefiero a esos chalés tan modernos de tanto pueblo ex dormitorio, que quiere ser ciudad (Ciudad no podrá nunca)- es más bello a la distancia adecuada. Me lo han contado las hiedras que como manos pudorosas esconden vergüenzas en los chalés citados, me lo han dicho los árboles, lo chillan los pájaros. Que prefieren el hollín y el negro de humo y mierda del centro (de cualquier centro) que el seto recortado y la flor plantada aposta; que eligen la muerte lenta y contaminada siempre que sea de pié, como cualquier guerrillero de segunda fila, antes que la tiranía de lo estético impuesta por algún ayuntamiento. Que optan por vivir antes que por sobrevivir…
Madrid, nunca es amante, nunca esposa, jamás propia. Es hembra lúbrica, demasiado; es macho lascivo y rijoso. Más enhiesto que la más erecta de las pollas, más abierto que el más mojado de los coños. Madrid, un lugar en el que no se puede vivir, pero al que apetece entrar una y otra vez. Siempre y cuando te deje salir después.
Madrid la oscura, la sucia, la de los aires de grandeza, la expansiva, la paleta. Madrid la ruin, la bohemia… en versión cutre. Madrid la querida, la odiada en la misma medida, la del centro dudoso. Amo el Madrid caótico, el incómodo, el de Amaniel, el de Barco, Tres Cruces y Desengaño, el de la calle del Pez y Minas y Madera. El Madrid austríaco, el de Malasaña, el de Lavapiés y el de Atocha. El del río y el Viaducto, el de las puertas diversas, el de Rosales. El Madrid de Pirámides y de Melancólicos, el de la Virgen del Puerto, el del cementerio de San Isidro.
No me interesan el Madrid de Capitán Haya e Infanta Mercedes, el cuadriculado salmantino o el del Paseo de la Habana. Mucho menos el de Castellana, el de padre Damián ni el de Concha Espina. Me cargan las mocitas madrileñas porque me cargan los himnos, casi todos aunque unos más que otros. Me sobra el Madrid de allende la M-30, no le niego a algún barrio el buen gusto pero son tan Madrid como cualquier pueblo periférico, absorbido pero periférico.
Madrid, denostada y querida a partes iguales; tanto como abandonada, acariciada muchas noches. La ciudad, la Ciudad para tenerla cerca siempre y cuando esté lo suficientemente lejos. Incluso el Madrid que adoro -el de los techos altos y los portales viejos, el que prefiero a esos chalés tan modernos de tanto pueblo ex dormitorio, que quiere ser ciudad (Ciudad no podrá nunca)- es más bello a la distancia adecuada. Me lo han contado las hiedras que como manos pudorosas esconden vergüenzas en los chalés citados, me lo han dicho los árboles, lo chillan los pájaros. Que prefieren el hollín y el negro de humo y mierda del centro (de cualquier centro) que el seto recortado y la flor plantada aposta; que eligen la muerte lenta y contaminada siempre que sea de pié, como cualquier guerrillero de segunda fila, antes que la tiranía de lo estético impuesta por algún ayuntamiento. Que optan por vivir antes que por sobrevivir…
Madrid, nunca es amante, nunca esposa, jamás propia. Es hembra lúbrica, demasiado; es macho lascivo y rijoso. Más enhiesto que la más erecta de las pollas, más abierto que el más mojado de los coños. Madrid, un lugar en el que no se puede vivir, pero al que apetece entrar una y otra vez. Siempre y cuando te deje salir después.