miércoles, 31 de marzo de 2010


Ayer pensaba que mi padre nunca había olido a cuero ni a tabaco, como me harté en su momento de leer que debían de oler los padres. Nunca fumó (salvo algún devaneo con una pipa, que eso ni es fumar ni es nada) y si vistió ropa de cuero, esta estaba lo bastante tratada como para no desprender ningún olor especial, que yo recuerde. Ayer pensé que mi padre cuando me llevaba al fútbol, cuando me hizo del atleti, cuando consiguió que me enamoraran esas rayas rojas y blancas, ese olor a puro y pipas, ese ambiente indescriptible e inenarrable para mí (si no lo has vivido, no puedes saber como es, no hay palabras), cuando logró que cada patada al balón aquel la sintiera en el fondo del alma, no hizo sino apuntarme a una secta ridícula, que me robaba tiempo los domingos para vivir muchas más tristezas que alegrías. Ayer recordé aquella final de Lyon (el Dinamo de Kiev nos pasó literalmente por encima), aquella bandera colgada en mi terraza y rápidamente retirada en el descanso. Recordé la remontada al Betis con Arteche en plan estrella, partidazos pre-Gil y alguno post-Gil, el 1-4 en el Bernabéu con Menotti en el banquillo, las copas, las ligas (sí, alguna recuerdo). Futre, Dirceu, Alemao, Schuster, Votava, Baltazar, el innombrable H. Sanchez, Pantic, Vieri, Hasselbaink… y también Julio Prieto, Landáburu, Marina, Pedraza, Cabrera, Quique Ramos, Julio Alberto, Ayala, Heredia, Capón, Leal, Rubio, Tomás, Superlópez, Arteche, Solozábal, Kiko, Caminero, Manolo… Recordé muchos de los que tú nombrabas y yo nunca vi, Reina, Calleja, Panadero Díaz, Silva, Ben Barek, Mendoça, Collar, Gárate, Luis, Irureta, etc, etc.

Ayer pensaba también –no solo de fútbol vive el hombre, aunque sea colchonero- en aquellas partidas de ajedrez, en aquellos interminables (y dichosos) ensayos del jaque pastor, en la India de Rey, en el ficha tocada, ficha movida. Pensaba en las largas conversaciones sobre cualquier tema, monólogos muchas veces, tú casi no hablas. En libros recomendados, en “levántate que no llegas”, en… tantos días a días. Pensaba en tu mundo interior, tan rico como inaccesible, en tu paciencia, en tu aguante, en tu bondad infinita, que tantos confunden hoy todavía. Recordé tu pasado “ninja” y las peleas de broma, los “luchacos” de palo de escoba y de hierro recubierto de goma negra y dura, el fuerte de cartón piedra y el Exin castillos que nunca tuve porque era una porquería. Recordé las herramientas que me encontraba “perdidas” cuando me llevabas contigo al trabajo, las horas de espera en cualquier sitio porque a ti no te gustaba (ni te gusta, claro, y bien que nos lo has enseñado a todos) llegar tarde.

Hoy quise (y quiso) recuperar algún momento de aquellos y te propuse volver al Calderón, antes de que lo tiren. Volver a ver al Kun o a Forlán, a Reyes o a Tiago si se dejan. A De Gea y a toda la morralla que los acompaña (casi todo lo demás). Volver a pasar frío, a oler a humo de puro barato, volver a escuchar insultos y cánticos, ora divertidos, ora exasperantes. Volver a vibrar y ver a los de alrededor hacerlo. Volver a oírte mascullar y gritar por dentro. Volver a ese brillo… y quise y quiso que fuera a ser con otra generación atlética, de las más nuevas, de las que nunca han visto nada del primer párrafo, aunque algunos le suenan porque he intentado, e intento cada día, que lo que tu hiciste conmigo llegue a lo que ha venido detrás, en un majadero afán de que toda aquella alegría que yo sentía por tu culpa (todo ese orgullo de ser de este equipo hoy tan denostado, orgullo absurdo pero sano) no se quede ahí, en un párrafo, en un recuerdo que más pronto o más tarde será vago. Es torpe empeño porque, obviamente, ni te llego ni te llegaré nunca a la suela del zapato.

Mañana querré repetirlo más veces, antes de que sea tarde, antes de que solo me (nos) quede la nostalgia, antes de que ya no sirva de nada. Y me gustaría tener palabras, tener voz suficiente para que en algún momento pudiera hacerte comprender lo que significa, ha significado y espero significará para mí todo lo que has sido y eres. Ni que decir tiene que aunque aquí me refiera al atleti, al ajedrez, a juguetes y libros, a visitas y costumbres, todo ello es lo de menos. Lo de más es imposible para mí de convertir en letra, aunque lo de más sea sangre y fuego por dentro. Me gustaría ser lo bastante hábil como para ponerlo por escrito porque los dos sabemos que nunca te lo podré decir a la cara, me falta valentía y me sobra torpeza. Me gustaría que lo supieras, que lo tuvieras presente y que, incluso, algún día futuro, alguien pudiera glosar, acordándose de mí, un diez por ciento de lo que tendría que ser capaz de de decir de ti. Y no sé hacerlo, no sé decirlo, no sé escribirlo, y peor, no sé hacerlo sentir, que al final es lo que duele, es la incapacidad más hiriente. Eso no me lo quisiste enseñar o no te hice caso.