La navidad claramente no atraviesa su mejor momento, salvo para el bolsillo de los dueños de los grandes almacenes; para esos sí que aunque siempre sea navidad, es por culpa de estas fiestas (o a pesar de ellas) y del consumismo exacerbado que nos invade a todos (incluso a los que nos consideramos inmunes a él) que hacen agosto en diciembre. La navidad cada vez más es una época en la que lo único que importa es vestir las ventanas de puticlub de carretera, colgar (tristemente no del pescuezo) de los balcones al gordo de rojo y gastar, gastar y gastar. Se pueden comprar turrones y adornos casi desde septiembre y los centros comerciales cuelgan las estúpidas lucecitas al mismo tiempo. La luna se coge vacaciones y las estrellas simplemente desaparecen en la ordalía de absurdos (y carísimos, desde cualquier punto de vista) colgajos que “adornan” las calles. El mercadillo –con todo su marketing edulcorado e hipócrita- solidario se instala allá dónde puede y quien más, quien menos, se ve movido a realizar buenas obras. Los tullidos y los críos enfermos de los hospitales lo tienen jodido en marzo, se conoce que el dolor solo existe en navidad, que es cuando proliferan los médicos payaso y las visitas de futbolistas. En primavera si tienes diez años y una leucemia terminal te pueden dar mucho por el culo que no irán famosos a verte ni nada por el estilo. Eso sí, lo más triste es que los pobrecillos aún sonríen en vez de vomitarles encima a las visitas, que es lo que supongo harían si tuvieran veinte años más. A lo mejor por eso, la “solidaridad”se centra en los niños en esta época: aún están a salvo de los pensamientos de cínica venganza.
¿Qué ha pasado con la navidad de verdad? La que sentían los niños y sufrían los adultos en forma de villancicos (sí, aún con la costumbre de mendigar aguinaldos por las casas, supongo que para mucho descerebrado abducido por los “tiempos modernos” será una copia del ridículo “dulce o travesura”). ¿Qué ha pasado con la otra navidad? La familiar, la de celebrar todos juntos. La que se instalaba en los corazones y no los abandonaba hasta mediado febrero. ¿Qué ha sido de ella? Está sepultada bajo toneladas de cabrón dulce. Pero que no se alarme nadie. Ya están aquí las rebajas. Podremos seguir gastando para sentirnos vivos.