viernes, 22 de agosto de 2008



Agosto se acaba por fin y ya parece que llega septiembre, se modera el calor (aunque siga sudando) y Madrid sigue vacío a pesar de la crisis: hay cosas desde luego irrenunciables, vacaciones, cañas, tapas, quejas... Todo parece más blanco, saturado en blanco realmente. La luz no ha cambiado, el aire asfixiante tampoco.

Vivimos tiempos difíciles, tiempos de comida preparada, de anuncios que venden “salud” disfrazada de Omega 3 y colesterol bueno, de lenguaje degradado hasta extremos de náusea constante y de pérdida del escaso pudor que nos quedaba. Visita una playa, a poder ser levantina, de esas de mar de mentira y arena y agua calientes, de las de chiringuito y fritanga, paletos y guiris naranjas. Verás como paso a paso, poco a poco se ha ido perdiendo la vergüenza, la que antaño impedía ponerse bikini o hacer topless a las mayores de sesenta, la que (con la salvedad de aquellos meybas absurdos) impedía a los gordos y a los fofos (que no siempre es lo mismo) plantarse grotescos bañadores de lycra ajustada. Ya no queda nada de aquel recato que dejaba el más absoluto de los ridículos para la intimidad de paredes adentro, no queda nada en las lenguas ni en los cuerpos de las personas.

Vivimos tiempos difíciles, tiempos de políticos lamentables en todas las facciones, de periodistas a las que deberían quitarles el título si lo tienen, tiempos de radiofórmula y de libros sin ningún sentido (nunca antes se habían publicado tantos títulos de usar y tirar, tanto compendio de anécdotas, tanta pérdida de tiempo en forma de panfleto firmado por el famosete de turno y seguramente malescrito por algún talentoso mercenario de las letras que por otro lado jamás verá publicada su propia obra, sin duda de mayor calidad). Mientras tanto, el “público objetivo”, o sea todos, que nunca había estado tan más allá de la alienación tremenda, se conforma con cualquier cosa, con veranear en Marina-D’Or-ciudad-de-vacaciones-vacaciones-todo-el-año, con consumir y consumir, con pensar lo menos posible.

Pero agosto se acaba y con él una parte de toda la mierda que llevan dos meses vomitando por la pequeña pantalla, inmundicias que serán convenientemente sustituidas por basura nueva, así como los becarios serán reemplazados por las grandes estrellas catódicas de nuevo. Agosto se termina y con el calor se irán los cuerpos medio desnudos de toda índole y tendremos que mirar de nuevo el interior. Se irá la luz blanca cegadora, se irán el sudor y los huecos para aparcar. Agosto finaliza en breve y confío en que regrese parte de la cordura perdida aunque dudo que sea en septiembre.

viernes, 8 de agosto de 2008



La piscina está llena de gente, los niños corren y cazan insectos y otros bichos; alardean de grandes capturas, arañas del tamaño de sus manos, avispas, escorpiones… Sus madres les esperan despreocupadas, hablando entre ellas de gilipolleces varias, mientras fuman como carreteros y escupen tacos que luego les sorprenderán en la boca de sus hijos, preciosos niños buenos. El agua de la piscina está caliente como el asfalto y tiene un color parecido, jóvenes retozan en el césped-barro de forma más o menos disimulada, otros leen libros de verano, insípidos como sus vidas. Hay un tipo que se dice socorrista dormitando con los ojos abiertos y expresión ausente a la sombra de una sombrilla publicitaria: algunos esperamos sinceramente que no haya emergencias acuáticas, no tiene pinta de ir a ponerles solución. El verano es así en algunos barrios y en algunos pueblos, en aquellos dónde existen piscinas comunitarias y rotondas llenas de flores de pega plantadas por el ayuntamiento y agonizantes desde diez minutos después de ser colocadas. Pero bueno, contarán como zonas verdes, supongo.

Vacaciones. Vacaciones de la rutina laboral pero sólo de ella, lo del descanso es otro tema. Ratos de piscina para refrescar no se sabe muy bien el qué, lecturas y películas postergadas, sueños cortos por el calor, sudores a todas horas… Bendito verano, dicen algunos. Amigas más bien desconocidas que vuelven y traen letras con ellas, ruido y ventiladores, aires acondicionados, tráfico escaso, autobuses y coches, viajes y playa repleta. Arena y sol, siestas. Rubella por fin a mi lado tras días sin vernos que parecen meses. Sigue roja pero está distinta, no sé muy bien de qué modo. Bendito verano, sí.

Los niños propios esperan diversión, actividad y juegos con las olas, castillos de arena y cangrejos en las rocas, natación y buceo: agotador aunque maravillosamente agotador. Terminará el verano y empezarán trabajos y colegios, volverá la rutina que decía antes y entonces echaré de menos algunos ratos, las peleas de mentira, los besos espontáneos, las cosquillas… no el calor, claro, a ese viejo cabrón no lo echaré de menos.

miércoles, 6 de agosto de 2008



Y llegará noviembre, supongo, y el calor éste que atenaza, que quita las ganas de casi todo, desaparecerá. Dejaremos de sufrir estrés térmico (nuevo y estúpido eufemismo para no tener que decir que hace un calor de cojones) y por lo menos algunos nos sentiremos mejor. Habrá quien prefiera el verano abrasador éste, que derrite asfaltos y neuronas –si quedan sanas- al crudo invierno, pero, qué queréis que os diga, con el frío te abrigas y punto, llega un momento en que dejas de tenerlo pero con el calor... Creedme, he visto gente por la calle arrancándose la piel a tiras para aumentar su desnudez y refrescarse, cualquiera ha sentido como te despellejas, voluntariamente o no, después de quemarte con el sol, pero ni por esas. El calor no tiene solución, ni aires acondicionados (gran invento que aumenta la temperatura en la calle con la excusa de congelar usuarios, debe ser cosa de la termodinámica), ni remojos en el caldo en que se han convertido las piscinas ni nada de nada. Sólo queda esperar o emigrar más al norte.

Vendrá el anunciado cambio climático (el que se anunciaba como consecuencia de aquí a cincuenta o cien años y al que cada día se hace responsable de excepciones históricas como que haga calor en verano, frío en invierno y alternancia de sequías e inundaciones, vamos, algo que hasta que llegó el dichoso cambio no había pasado en estas tierras nunca) y nos joderá vivos. El apocalipsis ya está aquí amiguitos, no hay que esperar a fluctuaciones del clima, ni a tsunamis asesinos ni a venganzas divinas. El apocalipsis ya ha llegado y se llama televisión veraniega. Arrasa con todo y con todos, no es fácil detenerla y aunque el fabricante te dora la píldora con mandos a distancia cada vez más sofisticados y botones on-off , es todo una vil mentira. Queda desenchufarla y luego desenchufar a los vecinos también pero entonces tendríamos que charlar con la familia (descartado el leer un libro) y esa no es más que otra forma de destrucción masiva y rápida.

Vendrán nuevos días y se me olvidará que alguna vez escribí esto, vendrán otoños e inviernos, vendrán compañías y se me olvidaran tantas cosas (es la ventaja, alguna había de tener, de disfrutar la escasa memoria que me vino con el resto del lote) que nada de lo anterior tendrá ningún sentido. Vendrán más libros y más canciones, vendrán más conversaciones con y sin cerveza y vendrán fuerzas –espero. Hoy no me apetece demasiado ni una cosa ni las otras y será hartazgo o será lo que sea pero pronto dejará de tener importancia. Vendrán, vendrán, o no y actuaremos en consecuencia. Mientras tanto, seguiremos tratando de sobrevivir a los treinta y muchos grados a la sombra y hablaremos con nosotros mismos.