lunes, 8 de diciembre de 2008


Lisboa. Siete de la tarde. Tras un largo paseo por el casco viejo termino visitando el monumento a los descubridores. Tiene un curioso aire soviético en su estética, podría perfectamente ser un homenaje bolchevique a aquellos hombres que descabezaron la Rusia zarista, aquellos asesinos (los verdugos son tan criminales como los propios a los que condenan o ajustician) bienintencionados en principio y que terminaron pervirtiendo y asesinando incluso sus propios ideales. Solo sobra el mar infinito y gris de otoño, sería un pegote en Moscú.

Trato de desentrañar esa Lisboa tan decadente o más que Berlín pero infinitamente más sucia. Llueve con persistencia y las paredes de los edificios chorrean tristeza y melancolía, como si los ladrillos dieran rienda suelta a sus emociones y no pudieran contener más sufrimiento. De vuelta al hotel me detengo a beber oporto en el primer bar que encuentro. Un bar con fados de fondo, con portuguesas recias y morenas y ese aire de profundidad que solo se encuentra ya en la España más profunda o en el corazón de la lusitania vecina.

Tengo ganas de llegar a casa ya. Tengo ganas de regresar al otro día a día, tengo ganas de verte y de desentrañarte a ti, mirándote a los ojos y de dejar de soñar contigo para vivirte de nuevo cada día. Tengo ganas de dejar de verte mezclada en las paredes, como cubierta de fachada, disimulada en cada rincón, porque tengo ganas de tocarte, de acariciarte como las lágrimas del oporto acarician el vaso, de quemarme la garganta contigo en vez de con vino, de embriagarme de piel y sentimientos. Y será entonces cuando pueda comprender la melancolía y la saudade infinitas de estas calles, de estos suelos irregulares, de estas paredes manchadas de hollín añejo. Será entonces cuando de nuevo tenga perspectiva.
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jueves, 4 de diciembre de 2008

Berlín. Son las ocho de la mañana y hace frío. He traído conmigo todos los discos que tengo que hacen referencia a Berlín. Al menos para mí. El Bowie alemán, el Reed de la época, Einsturzende, los primeros de Nick Cave, Katzenjammer, algo de la Dietrich, Bauhaus cuando eran Bauhaus… En el hotel los escucho uno tras otro, de forma aleatoria, las canciones se suceden antes en mi cabeza que en el reproductor. La niebla que cubre la ciudad, desdibujando contornos y edificios me habla de ti también. Hay niebla fuera y niebla dentro y el humo de cigarrillo no ayuda a despejar el ambiente.

Tengo que estar todavía unas horas más en esta ciudad, tan decadente como Lisboa o más pero infinitamente más limpia. Tan cultureta y tan profunda, tan… berlinesa. Tengo que estar en tu ausencia otros siete días y te echo de menos cada minuto… Me desnudo y abro la ventana, quiero sentir el frío y la humedad en la piel, llenar con hielo todos los poros de mi cuerpo, los del alma ya están llenos.

Siete días en seis ciudades. Seis aeropuertos, siete vuelos. Seis informes y seis hoteles. Demasiado tiempo para estar lejos, demasiado corto para disfrutar nada. Montañas de fotos apresuradas, detalles y recuerdos escasos para ser algo que tanto me aleja de lo importante. Un trabajo que, como todos, se envidia desde fuera y se sufre desde dentro. Y la niebla no despeja, la cerveza no es lo prometido y Berlín espera. Tengo vuelo a las seis de la tarde, trataré de que nos conozcamos antes, pero será, siempre, demasiado poco tiempo. Y te echaré de menos y te veré en cada rincón, te intentaré beber en cada vaso pero también será demasiado poco.

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