lunes, 26 de agosto de 2013

Foto de Ao Gunji

Kumiko es violeta, no podía ser de otro modo. Si Verónica era verde, Rubella roja y Christine blanca, Kumiko solo puede ser violeta. En realidad, debería ser amarilla o anaranjada porque es una sonrisa que ilumina y la luz, todo el mundo lo sabe, no suele ser violeta.

Kumiko siempre está rodeada de amigos, no sabe tener enemigos. Es demasiado dulce, ni entiende la traición, ni se la permite. Ni conoce la mala intención, ni quiere hacerlo. Es dulce sin empalagos, es la Bondad. Hasta decir basta. Algo que jamás sucede.

Kumiko da todo a todo el mundo, siempre, no se guarda nada. No existe Mío en su vocabulario. En ocasiones ni siquiera Nuestro. Inagotable, ni sabe ni quiere enfadarse. Cuando lo hace (rarísimo) ni tan siquiera lo parece. Pasa la nube y la luz, eterna, vuelve enseguida. Es constantemente verano.

Kumiko es la extroversión tímida, la risa franca, la oreja en la que todo el mundo confía, el hombro en el que todo el mundo se apoya. Siempre firme, tampoco conoce el No. Ni siquiera el Después. Es un problema, claro, pero no le importa. Es el corazón.

Kumiko es la japonesa de ojos redondos, abiertos como nada más puede estarlo, contemplando el mundo con la misma sorpresa e ilusión, por más tiempo que pase. Disfrutándolo como solo la pureza de corazón es capaz de hacerlo. Ella es pura, debería ser blanca aún siendo violeta.

Kumiko es un 131 supermirafiori de color cobre metalizado. Es la última deuda pactada. Es el recuerdo que siempre tengo. Es la primera llamada de teléfono. Es la que siempre está. Es una feria del libro. Una enciclopedia siempre dispuesta. Es un concierto. Es muleta, soporte, viga. Es piedra angular de cualquier arquitectura. Es la mano abierta. Lo más importante: Kumiko ES y ojalá siga siendo siempre. No se entiende la vida sin ella. No lo sería.


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