lunes, 27 de agosto de 2007


La maternidad, aunque sea buscada, siempre te pilla por sorpresa. Da igual lo “preparado” que creas que estás o las intenciones que tengas. Siempre es una sorpresa. El estado de estupor dura unos segundos (más o menos, según cada quién) y después llega todo lo demás. La alegría se mezcla con la angustia en proporciones variadas y el nudo en el estómago creo que no depende del sexo del sorprendido. Es obvio que no es igual ser padre que madre, ni siquiera es igual saberse padre que saberse madre, de hecho envidio desde lo más hondo el ser madre. Me parece -desde fuera, cerca pero externo- milagroso, maravilloso prodigio debe ser, el sentir como algo crece dentro de ti, se mueve y provoca aluviones de sentimientos y sensaciones. Creo que hay pocas experiencias únicas, muy pocas, poquísimas, que sean por ellas mismas capaces de cambiarte la vida, de volverla del revés, de hacerte empezar de nuevo tantas cosas. Hay pocas experiencias tan hábiles, tan expeditivas a la hora de dar vuelcos a las cosas, tan diestras como para convertir todo lo anterior en accesorio y lo futuro en continua sorpresa. Evidentemente esa nueva vida capaz de convertir las demás en igualmente nuevas lo hace con ambos progenitores, pero es en la maternidad donde las cicatrices y los cambios son más profundos, los vínculos más estrechos y todo lo que esto conlleva.

Hay escépticos, siempre los hay, que podrán razonarlo (de hecho lo harán) como consecuencia la mar de lógica de la cascada hormonal. Todo es química, al fin y al cabo, todo es lo ineludible de la ciencia obstétrica y ginecológica. Todo no es más que una preparación puramente animal y evolutiva para ese fin supremo de la especie, esa necesidad de perpetuarse. Sí, sí, sí y más sí. Lo que quieras. Pero no deja de parecerme increíble la maternidad. Increíble que con todos los millones de cosas que pueden salir mal, casi siempre salga bien. Me dirán que un porcentaje muy alto de las veces que sale mal pasa desapercibido incluso para las madres, un casi siempre bastante relativo por tanto. Y tendrán razón, pero aún así, me parece fantástico cuando todo va bien.

No conozco en mis carnes lo que supone esa suerte de parasitismo elegido, no conozco en mí mismo lo que ha de ser notar por dentro una patada, un giro, un movimiento inesperado. No conozco desde dentro lo que se siente al dar a luz, la experiencia del embarazo ni la del parto en sí y aunque sí he tenido la inmensa fortuna de sentir manitas abrazando tus dedos, primeras sonrisas -y primeros abrazos, besos, palabras, pasos, llantos, etc.- y todo lo que puede llegar a ser la paternidad (por lo menos en lo que se refiere a los primeros años), envidio con dolor casi la Maternidad. Porque esa sí debe llevar mayúscula siempre, porque esa sí concierne, sí cuenta, sí es importante. O Importante, realmente.


4 comentarios:

  1. ;i espinita clavada, niño. Punzadas una tras de otra leyéndote.
    Un beso.

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  2. glauka: Siento de veras que te resulte de ese modo.

    Besos, dama blanca (ten paciencia, todo llega ya verás)

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  3. Yo no soy madre, querido Avatar, pero me sobrecogen tus palabras de este post, una tras otra.
    Felicidades de nuevo.

    Besos orgiásticos

    (Por fin regresé a tu casa. Me iré deleitando poco a poco en tanta belleza atrasada.)

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  4. Ella: Gracias por las felicitaciones (dobles).

    Espero que vayas volviendo, sí, aunque no esté de acuerdo en tus piropos.

    Besos, Ella.

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