Algo más había cambiado de todas formas. Algo en cierta forma imperceptible, como si el panorama fuera el mismo pero a otra hora del día, tal vez la luz... Otros personajes pueblan el horizonte, no hay ya carreteras, no hay perros, solo se repite la rubia y los colores, más o menos. Como con un zoom raro, distorsionado, la imagen se acerca hasta ocuparse con calles y edificios, ladrillos y adoquines de acera...
Cocodrilos enormes lloran con desidia asomando sus cabezotas por las bocas de las alcantarillas. Un niño, dos niños, tres niños, atados con cuerdas flotan por el cielo como los globos de la tonada estúpida, un viejo desdentado sujeta el amarre. La rubia mira a los lados de la calle, parece que espera algo que no llega; me arrepiento de no haber hablado con ella antes, hoy no habrá posibilidad. Lo sé sin saber por qué.
Mademoiselle Televisión atrona desde alguna parte o puede que desde todas partes, es difícil estar seguro. Su querido esposo, Mr. Aburrimiento, dormita en su sofá de eskay desgastado. El viejo de los globos infantiles tropieza él solo y los niños se elevan en el pesado aire estival. La rubia ríe fuerte, se acerca al viejo y le patea con furia desatada. Los cocodrilos se ocultan de nuevo tras infectar su pesar a un sauce cercano. De repente se produce un silencio incómodo. Todo el mundo deja lo que está haciendo y miran hacia el mismo punto. Una nube oculta el sol y con ella el sueño bruscamente termina. Enciendo la vida y comienza el primer día del comienzo de todo.
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