martes, 17 de abril de 2007


El cielo nunca ha sido azul y aunque la lluvia lava tu coche, no hace lo mismo con tu vida. Del mismo modo, el azul del cielo no contribuye a tu tranquilidad, ni a relajar tu conciencia.

La noche no es tan negra como quisieras y al niño de los globos se le han explotado todos. La soledad es difícil de sobrellevar siempre.

Las nubes no son de algodón, ahora no, no queda de eso en el mundo. Nimbos y cirros de poliéster marrón atardecen en un fondo naranja miedo.

Vagas por un jardín de fantasmas y el cuidado césped está podrido por debajo. Los bancos de piedra de lápida abandonada están helados al tacto.

Viejos moribundos y adolescentes muertos por dentro ocupan su espacio. No hay sitio para niñatas sensibles ni para sus perros, metáfora de los hijos que ya no tendrás.

Los jóvenes hoy niños ayer no conocen los juguetes. Su mundo está lleno de lolitas imbéciles y graaaaandes estrellas del porno.

Las madres no salen ya a la calle y hacen bien, no hay nada para ellas. Los ansiolíticos baratos y las telenovelas han devorado los paseos vespertinos.

Las fuentes manan agua reciclada y maloliente, una y otra vez. El ahorro es importante, hay que regar los campos de golf y llenar las piscinas-arcas de los concejales de turno.

Miras a tu alrededor y no ves nada. Porque nada queda que merezca una segunda mirada, ni tuya ni de nadie. El vacío es desolador. El interno y el otro.

Vuelves sobre tus pasos, a casa, a tu hogar-ataúd. Te tumbas en la cama y duermes, duermes para no pensar en fantasmas. Duermes con la idea de no despertar más.


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