lunes, 26 de febrero de 2007



Resbala por tu piel el agua como te hidrata el deseo.
Piensas en ello, pero no tienes certezas ni conclusiones.
No tienes más que el chorro de agua que enfría o calienta,
que cala o eriza cada poro de tu piel.
Ese chorro que juega contigo,
que adormece en la medida en que es capaz de transmitir placer,
que adormece en la medida en que es capaz de transmitir calor.
Lo demás es demás, no tiene importancia.

Alucinas rojo en soledad.
Sujetas tus rodillas dispuestas a saltar.
Vence la gravedad o muere en silencio.
Pero hazlo ya, no hay espera ni esperanza.
Para ti.
Para mí.
Para nadie.

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