miércoles, 12 de noviembre de 2008


La mañana me recibe con cielo de acero y frío del que traspasa todo. Me gustan los días así, amenazando lluvia pero sin llegar a concretar la amenaza. Pequeñas nubes de vapor salen de mi boca y se mezclan con las de los demás transeúntes y el aire espeso y sucio de esta ciudad de fin de siglo continuo que me ha tocado vivir. Llego al aeropuerto con tiempo de sobra y me refugio en una de esas acogedoras jaulas para fumadores. Una docena de tipos tan grises como el día y el color del humo de sus pitillos levantan la vista al verme llegar: solidaridad entre enfermos, supongo.

Acabado el cigarrillo, me siento en una incomodísima butaca azul e irremediablemente me fijo en la extranjera que tengo sentada delante: edad indefinida aunque los cuarenta no los cumple, camiseta de tirantes (un abrigo largo y negro reposa en el asiento de al lado) y uno de los cuerpos más tatuados (si las generosas porciones de carne visible no engañan) que he visto cara a cara. Tengo la costumbre, desde hace ya tiempo, de observar el aspecto de los desconocidos. Es un cierto afán cotilla, aunque realmente su vida real no me importa lo más mínimo. Es mucho más divertido imaginar ruindades y felicidades, sucesos pasados, presentes y futuros, basándome sólo en sus rostros, en sus rasgos o en su forma de vestirse y moverse. Tampoco me preocupa demasiado lo atinado de las deducciones, toda vez que nunca tendré manera de confirmarlas. La mujer tiene el pelo rubio teñido, gusta del maquillaje exagerado (en el sentido de ir más pintado que maquillado, es decir, es estética, no importa lo obvio que resulte que se lleva la cara pintada) y ve con mirada profunda, la ruta 66 en cada ojo. Lleva en cada arruga cien kilómetros de asfalto tan gris como el día y en cada pestañeo cae al suelo el polvo de cien carreteras. Me extraña verla sentada en un aeropuerto, tiene más pinta de viajar en moto que en avión, pero supongo que si está aquí procedente de esa América tan profunda como a ratos atractiva (atractiva como ella) tendrá que haber venido de algún modo.


Por un instante (o fueron diez o fueron mil) traté de imaginar cómo habría sido su vida, qué le habría pasado, cuántos guiones de película podrían escribirse con su pasado y cuántos generaría su futuro. Ella se dio cuenta de que la estaba mirando, no podía ser de otro modo. Algunas mujeres cuando se dan cuenta de que las observan, se avergüenzan y evitan el cruce de miradas; otras se irritan, se enfadan. La mujer de la vida tatuada sonrió, me miró a su vez y estuvimos un rato (o fueron horas o meses) charlando y bebiendo café. Yo con leche fría y azúcar, ella por descontado solo e hirviendo (soy un blando). Sirven mi café demasiado caliente y, por lo que aprecio en su cara, el de ella demasiado frío. El café como excusa, azúcar por intercambio.

Me gustan las mujeres como ella, a años luz de ser guapas, a kilómetros de responder al absurdo y estúpido estereotipo de imbécil delgada y preferiblemente rubia (que sea idiota, que no moleste hablando, que estamos para lo que estamos). Me gustan las mujeres con aspecto de tener cosas que decir, mujeres hacia las cuales la atracción sexual viene después de la conversación y antes de la siguiente conversación. Mujeres de verdad, personas de verdad, con algo que contar, con algo más que curvas. Que sean como ella, como la del tatuaje infinito, como la de los ojos cielo y la sonrisa experta. Mujeres grises o rojas, rubias, morenas, tatuadas o no, mayores o jóvenes, delgadas o menos delgadas pero mujeres, al fin y al cabo, que lo sean. Ellas por si solas justifican la lengua quemada y la nostalgia.

4 comentarios:

  1. ojalá alguién deseará conocerme a mí de la manera que tu has descrito, pero la realidad se impone a la ficción, y en mi caso, da miedo ser una mujer, sin más.

    un abrazo

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  2. Sofía: ¿Miedo por qué? Nunca debería dar miedo ser mujer, ni siquiera una mujer.

    Un abrazo

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  3. Ya decía yo que tú eras rarito rarito ... lo bueno de esta "rarea" tuya, tan poco habitual es que tienes prácticmaente a todas las mujeres del mundo para ti solo, oye, que somos legión ;)

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  4. glauka: Rarito ¿por qué? Y por desgracia no sois legión, no, ni la mayoría de los hombres ni la mayoría de las mujeres tenemos demasiado que decir... no es tu caso, por supuesto.

    Besos, dama blanca.

    Pd: Se te echaba de menos.

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