lunes, 14 de diciembre de 2009


Las manos de los ancianos son nudosas y tienen en cada nudillo artrítico años y años de sabiduría. Son manos de piel casi transparente, con venillas azules por debajo, piel frágil y seca, venas que se rompen casi con mirarlas. La célebre sangre azul de la nobleza corre por vaso de viejo, sin lugar a dudas. No hay más que escarlata en las arterias aristócratas y si alguno azuleara sería por años y no por cuna.

Los viejos tienen los puños mucho más abiertos que cerrados, mucho más dispuestos a dar, sin violencia, lo que deberían recibir… a manos llenas. Tienen las manos como los ojos, acuosos los cuatro, casi ciegos y casi torpes, de tocar y sentir tactos, de llorar y ver tanto. De palpar, menos, aunque mucho también. Por eso al final, cuando el temblor hace la caricia imposible, es en los ojos en los que reside lo táctil, es en ese otro azul (o marrón, pocas veces verde, casi nunca negro) en el que está el mimo y la ternura… a pupila llena.

Los ancianos tienen también sus particularidades, esas que los menores de setenta tratamos de entender sin éxito. Los ancianos (especialmente los hombres), por ejemplo, suelen tener sus manos llenas de dedos y con ellos golpean fuerte las mesas dónde juegan al dominó. Estoy convencido de que el objetivo de hecho de esas partidas es competir no a ver quien gana, sino a ver quien le da a la mesa más fuerte (vamos como los jóvenes que se la miden pero en versión tercera edad). Habría que probar a darles fichas sin puntos, seguro que disfrutaban del juego en igual grado. Tal vez por eso uno de los recuerdos más nítidos que tengo de mis longevos cercanos, sean esos golpes de madera sobre madera, de hueso y mesa, de nudo y tabla, esos golpes con función, como demostración de que quedan fuerzas aún , de que si puedes golpear una mesa así, podrías todavía hacer casi cualquier cosa.

Las manos de los ancianos, en definitiva, tienen la mala costumbre de morir a la vez que sus dueños, la enfermiza mala idea de abandonar la trinchera cuando de verdad la vida vale la pena, cuando lo acumulado tras décadas de batallar, te da la respuesta a lo que viene detrás, al futuro cercano y al pasado que fue. Además esas manos ya olvidaron lo reciente pero nunca pierden la perspectiva de lo que sinceramente importa, lo que dejó poso hace mucho ya. Entonces, solo entonces, cuando ya hay entre esas uñas más respuestas que preguntas, esas manos te dejan solo, se marchan y nada más queda que su memoria, los golpes y los nudillos, la sangre azul y la piel seca.

6 comentarios:

  1. Ayer precisamente ideé un pequeño texto acerca de la vejez que se descubre en las manos. Tienes una sensibilidad especial y lo digo sin miedo a equivocarme.
    Tiene maestría este ciego.

    Besos.

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  2. la palabra en cierne: No tanta, no tanta.

    También es casualidad. Leeré ese "pequeño texto" que dices? ojalá.

    Gracias

    Besos

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  3. la vejez es la dignidad de la recta final.

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  4. jordim: Desde luego, claro que sí.

    Bienvenido.

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  5. Aquí estoy, en devolución de tus visitas. Tarde, pero encantado de descubrir esta maravilla de texto, esta ternura y esta verdad... Ojalá que lleguemos a esa edad con las manos abiertas dispuestos a dar... y a recibir

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  6. Amando Carabias María: Muchas gracias por la visita, por tus palabras y por tu estupenda página. Espero, eso sí, que no te hayas sentido "obligado"...

    Ojalá lleguemos en primer lugar (que no sé yo) y luego si allí estamos, sí, ojalá nos queden cosas que dar y pocas por recibir.

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