martes, 19 de junio de 2007



En el centro de algunas ciudades (en la periferia también pero creo en menor medida) suelen acumularse personajes peculiares que, lejos del friki de turno, parecen tener la extraña afición de dar lecciones gratuitas y nunca solicitadas.

En el centro de una ciudad cualquiera (podría ser cualquiera aunque esté hablando de una muy concreta) quedan todavía personas que ya hace mucho tiempo de que hizo mucho tiempo que desaparecieron de listados oficiales, de ayudas y de censos y que quedaron únicamente para la conciencia colectiva.

En el centro de esa ciudad del norte de la que todo el tiempo hablo existe una persona que un día decidió hacerse personaje. Personaje tullido, una pierna le falta, que se apoya en un gastado bastón y que dedica su tiempo libre (todo el tiempo sería libre si no nos empeñáramos en esclavizarlo, aunque en este caso ese tiempo es más libre de lo habitual) a cortar el tráfico poniéndose en medio de la calle y retando a los coches (esas ratas metálicas que hacen de la calzada alcantarilla) a pasar por su lado, exigiéndoles enterarse de lo que demanda.

En el centro de esa ciudad, de la Ciudad, existe un personaje que acostumbra vestir pantalones cortos de color indefinido y camisetas con soflamas escritas a mano, con bolígrafo o rotulador, sin orden aparente pero con un mensaje claro. Un personaje de pelo sucio, desgreñado, pero con una barba ya cana y sorprendentemente cuidada dadas las circunstancias.

En el centro de la Ciudad conviven proclamas de todo tipo, la mayor parte de ellas vendidas al mejor postor, venga éste de dónde venga. La lucha de este héroe de segunda, tercera, cuarta o quinta es definitivamente estéril, tanto por lo que propone como por los medios empleados para hacerlo, pero tiene los ojos (esos sí los conserva inasequibles a las consecuencias que en el resto de su cuerpo ha tenido su estilo de vida) preñados de ilusión y cuajados de recuerdo.

En el centro de la Ciudad todavía sobreviven algunos actores dispuestos a que un paseo vespertino merezca la pena. Algunos de ellos (por más que parezcan el abuelo perdido del antaño célebre Cojo Manteca) dedican su vida a recordar a los demás que la lucha (que nunca tuvo color, a pesar de que muchos se empeñen en comprársela), por muy absurda que sea, por muy insensata, por muy incluso injusta, todavía puede ser un fin en sí misma. Antes se les llamaba idealistas. Hoy no existen más que para despertar sonrisas condescendientes o iras exageradas a los súbditos de la prisa moderna.

En el centro de la Ciudad todavía existen algunas mentes anormales (por preclaras) que se empeñan en que no se olviden determinadas cosas. Algunos dueños de esas mentes cortan el tráfico, otros pierden muñecas.

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Nota: El dueño de la pelea existe cómo existe la dueña de la muñeca. El primero cada tarde entrega un trozo de su vida sin pedir a cambio. La segunda vive rodeada de más muñecas de las necesarias y no juega con ninguna.


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