lunes, 20 de febrero de 2006


Estás sola. Sola en la celda de piedra, más dura que nunca, que han destinado para ti. Sola con tu locura, te levantas y vuelves a caer. Tratas de escapar aunque no tienes ni idea de adonde puedes ir. Sola. Te has arrancado la ropa y desnudado tu desnudez de hada. Te das golpes que ya no duelen y huyes de ti misma. Los recuerdos se agolpan en tus sienes. Esos si duelen pero sabes perfectamente que no será por mucho tiempo. Al final, tampoco esos dolerán. Tratas de enfocar la pared, no sabes lo que mide, no sabes si se acaba. No sabes nada. Estás cegada por lo anterior, que siempre es dolor. Te sientes, te sabes, encerrada. Palpas tu encierro, buscas, no hallas, salidas. Pero la verdadera salida no la vas a encontrar. Sabes donde está, pero te da miedo. Te da miedo terminar con todo. Te aferras a la esperanza, esa que dicen que no se pierde. Al pensar en ello, una carcajada que sabe a humo acre, a bocanada agria de bilis, trepa por tu garganta. En cualquier caso el suicidio es difícil allí dentro. ¿Dónde está esa esperanza? ¿Dónde estaba cuando te atraparon, cuando te violaron, cuando vencieron tu mente? Comienzas a golpear tu cabeza contra la pared, buscando acabar. La sangre brota espesa y te escuecen los ojos. El dolor sordo lo llena todo. No te queda más voluntad que para seguir golpeando, una vez y otra vez y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra. Sigues sangrando. Notas el sabor metálico, fácilmente reconocible y te golpeas. Notas que te desvaneces, pero sabes que no es la muerte, aún no. Ya no piensas con claridad. La oscuridad se cierne sobre tu consciencia. La parca espera, la guadaña como los buitres esperan el último bocado del depredador que llegó antes. No estás muerta. Poco a poco la sangre sigue manando formando un charco burdeos alrededor de tu cabeza. Exangüe, tendida en el suelo, sólo esperas. Y esperas. El abrazo te llega por sorpresa. Ya no notas el frío, ni el calor ni el dolor siquiera. Estás salvada.


1 comentario: