viernes, 17 de febrero de 2006

Foto de Vancea Dorin


Este relato fue publicado por su autor (Avatar como en el resto de relatos) en el foro de relatos eróticos de petardas el 17 de febrero de 2006

21072 no se distinguía por su dedicación al trabajo. Cuando todos los demás ciudadanos se dedicaban a recoger las cosechas, él prefería tomárselo con más calma y sí, llegaba a cumplir las cuotas que los Ciudadanos Máximos exigían, pero solía superar las cantidades indicadas por muy pocas unidades. Prefería pasar las tardes ocupado en otros quehaceres, cuidando a los hijos de la comunidad o inventando nuevas formas de hacer su trabajo, siempre con la ley del mínimo esfuerzo en la cabeza. No es que fuera vago, simplemente sabía que la sobreproducción, aunque frecuente y bien vista, no tenía ninguna repercusión en la mejora del nivel de vida particular y cuando vives en una ciudad de cientos de millones de individuos, las mejoras colectivas son difíciles de valorar.

21072 tenía pareja. La había conocido en un baile hacía ya un tiempo y, de momento, la relación marchaba bien. Aún no habían hablado de compartir cámara, pero 21072 estaba seguro de que terminarían haciéndolo antes de que llegara el oto&ntildeo. La estancia de ella no era muy grande, pero era cómoda, o al menos todo lo cómodas que acostumbraban a ser en la colonia. Se llamaba 70672, siguiendo el absurdo hábito de poner nombre a cada individuo de forma impersonal y numérica. Esa costumbre había empezado en los Días Felices, cuando existían billones de ameisen repartidos por todo el planeta y las necesidades burocráticas del Consejo General hacían impracticable el uso de nombres más personales. Además, la falta de relaciones estrechas entre ellos no justificaba un uso que se tenía por arcaico. 70672 trabajaba en la sección logística, es decir, en la zona del complejo destinada a las labores administrativas de la colonia. Se encargaba fundamentalmente de que cada cual recibiera su ración alimenticia de acuerdo con sus necesidades y de gestionar la crianza de los peque&ntildeos que pronto engrosarían las filas de cosechadores, recolectores y constructores. Se sentía feliz de haber conocido a 21072 porque no eran muy frecuentes las relaciones entre las diferentes castas de trabajadores. La segregación entre ellas era más sicológica que real ya que no había ninguna norma concreta que las prohibiera, ni ninguna estructura arquitectónica que les separara físicamente. En el caso de 70672, las poco satisfactorias relaciones que había mantenido con otros de su clase la había hecho pensar que los tecnócratas que la rodeaban, aunque tremendamente eficaces en su trabajo, carecían de imaginación. Y era precisamente eso lo que la atraía de él. 21072 siempre había sido una rareza en la uniformidad de la ciudad. No era corriente ni su forma de pensar ni de actuar, todos los otros ameisen vivían por y para la colectividad. No dejaban ni un peque&ntildeo resquicio a aquello que pudiera alterar la rutina diaria. Sin embargo, él era distinto. Era un “individualista”, una figura que, por lo que decían los documentos antiguos, había sido corriente unos decenios antes pero que en los Días Oscuros constituía la excepción. Los Ciudadanos Filósofos siempre decían, e inculcaban desde la más tierna infancia, que la decadencia había sobrevenido por el exceso de independencia, tanto de pensamiento como de obra. El egoísmo intelectual ya no tenía cabida. La colonia estaba por encima de todo.

21072 estaba harto de esa situación. Pensaba desde hacía tiempo que había que hacer algo para cambiar las cosas, la sociedad estaba completamente anquilosada en las formas y no había lugar fuera de ellas. La sociedad no crecía, no evolucionaba, no cambiaba. Se mantenía fija en la estabilidad del paralítico y se había convertido en una opresión insoportable para quien deseaba en lo más profundo de su corazón que sucediera algo que le hiciera respirar, que le hiciera emocionarse o ilusionarse. 21072 no creía que los Días Oscuros hubieran sido más infelices. Sí, la esperanza de vida era inferior, había más muertes, más enfermedades y períodos más largos de carestía generalizada. Pero estaba seguro de que también había más sonrisas matutinas, más sentimientos y más sensaciones. La estabilidad había acabado con todo eso. El Consejo y los Ciudadanos Máximos (a quienes culpaba él de todos los males de esa sociedad paralizada) habían vendido la felicidad por un triste precio: la existencia tranquila sin sobresaltos y sin creatividad alguna. Por esa razón, se devanaba los sesos buscando la manera más eficaz de regresar a esos días que él consideraba que debían haber sido más felices. Aunque sus intentos de “revolución” se hubiesen quedado, de momento, en tratar de convencer a otros de cual era la meta (el camino aún no lo tenía claro) ya había un peque&ntildeo grupo de ameisen que estaban dispuestos a jugarse la integridad física en defender esos ideales. Era sólo el principio, pero era un buen principio.

21072 recogió sus cosas y se marchó. Había quedado con 70672 para beber un poco y dar después una vuelta por el exterior, cuando la oscuridad hacía de las salidas algo tan excitante como peligroso. Después si había suerte, pensaba, quizá terminarían en la cámara de él o en la de ella, calmando y reposando las sensaciones que hubieran recopilado en la salida.

Cuando llegó a la Sala de Bebidas, 70672 ya estaba allí. Normal, ella salía antes, pensó.

- ¿Qué quieres tomar? – dijo ella, mientras daba otro sorbo de su jugo de blattlaus.
- Un feldsalat - A él no le terminaba de convencer el balttlaus, era una bebida demasiado dulzona, aunque últimamente se había puesto de moda y casi todas la bebían.
- ¿Cómo ha ido el trabajo hoy?
- Como siempre, ya sabes. Aunque las últimas lluvias han hecho más difícil la recolección, creo que este mes no superaremos la cuota de producción.
- Bueno, eso tampoco te suele preocupar mucho a ti, la verdad – dijo riéndose a carcajadas.
- No la verdad es que no, pero es que este mes nos va a faltar mucho.

¡Cómo le gustaba la risa de ella!, cristalina, contagiosa. Era lo primero que le había llamado la atención, porque físicamente todas las ameisen eran bastante parecidas. Estrechas de cintura, piel sedosa, casta&ntildeas... era uno de los defectos (virtudes para el consejo) de la selección en los nacimientos, una casi completa homogeneidad. Los muy altos, los muy bajos, los gordos, los excesivamente delgados, en fin, todo lo que se salía de la norma, de el centro de la campana poblacional, era sistemáticamente eliminado antes del nacimiento. Posteriormente, se eliminaban los individuos patológicamente (de nuevo, en opinión del Consejo) apartados mentalmente de la más absoluta, y aburridísima, “normalidad”. De este modo la atracción puramente física había quedado reducida al absurdo y únicamente la “belleza” intelectual tenía sentido. Esto no había hecho que aumentara el esfuerzo por ser mentalmente atractivo ni la bondad general, pero sí había conseguido eliminar complejos físicos y enamoramientos vacíos de sentimientos.

- Estoy harto de tener que vernos así, casi a escondidas.
- No nos vemos a escondidas.
- ¿No? ¿qué dirían en el Consejo si se enteraran de lo nuestro? Ya lo sabes, que si las relaciones entre clases perjudican los intereses generales, que si las recolectoras con las recolectoras... Mira ese grupo de militares. No parecen muy felices.
- Pues lo son a su manera. Adoran la disciplina, obedecer órdenes, el grupo sobre el individuo...
- Ya. Te recuerdo que están condicionados a que sea así. Y por si se equivocan, sabes que deportan a los disidentes.
- Por cierto – dijo ella - , ¿ya ha terminado el desfile?
- Sí. Un rato antes de que yo saliera les vi pasar, marchando a una sola voz. No entiendo como pueden estar tan orgullosos.
- Se preparan para la guerra y después de generaciones enteras sin enemigos que echarse a la boca, están deseosos de entrar en combate.
- Ya lo sé. Pero es que es eso lo que no entiendo. Esa pasión por matar, por unificar. Algún día será distinto. Algún día nos uniremos todos los que pensamos distinto y acabaremos con este absurdo régimen de tabula rasa, de anteponer el cerebro común a la felicidad de cada uno. Algún día... – dejó la frase a medio terminar pensando en lo lejos que realmente estaba ese día.
- Me da miedo cuando hablas así. No quiero que te destierren. No lo soportaría.
- Bah. Están demasiado ocupados en conservar el orden establecido, en manejar toda la absurda burocracia que conlleva como para reparar en mí. Sólo soy un simple recolector.
- Ten cuidado. Por si acaso.

Estuvieron un rato bebiendo, charlando ya de cosas sin importancia y sonriendo con los ojos, como suelen hacer los enamorados. Después salieron a dar el prometido paseo, que quedó un tanto empa&ntildeado por la lluvia pasada. Aún así, se besaron en cada recoveco, se acariciaron, se miraron, se susurraron al oído, se sintieron cercanos el uno al otro...

Más tarde, en la cámara de 21072 se amaron. Ella recorrió cada centímetro de su piel con las manos, fue besando poco a poco su cuerpo recreándose en todas sus zonas erógenas, que es como decir que se recreo en el cuerpo entero. Él notaba que su corto vello se erizaba, que la temperatura iba en aumento acrecentando su pasión y recorrió también con la lengua todo el cuerpo de su amada. La abrazó desde atrás, fuerte, como si tuviera miedo de que escapase y la penetró despacio, dulcemente. Ella se estremecía con cada vaivén, con cada movimiento de su experto miembro. El abrazo se hizo aún más íntimo, más urgente y 70672 comprendió que su amante estaba a punto de llegar al orgasmo. Se liberó del abrazo, se giró obligándole a salirse de dentro de ella y volvió a besarle, esta vez todavía más apasionadamente. Reanudó las caricias y los besos y fue descendiendo por la piel amada hasta llegar a su virilidad que colmó de besos y lamió saboreando la mezcla de gustos, el propio y el ajeno. El olor almizclado y dulzón lo impregnaba todo haciéndola enloquecer y sintió la necesidad, imperiosa necesidad, de verse penetrada de nuevo, llena, ahíta de masculinidad. 21072 lo percibió en sus ojos así que de nuevo se puso a su espalda y la penetró. Esta vez, más profundamente, como si quisiera hacerse uno definitivamente con ella. Juntos, compartieron un largo orgasmo silencioso en el que sólo las antenas parecían vibrar, vistas por un observador externo. Para ellos, el mundo se apagó completamente y por un tiempo eterno, exclusivamente existieron ellos dos y su placer. Atrás quedaban los sue&ntildeos de cambiar las cosas, de hacer de la colonia un sitio mejor en el que vivir, en el que disfrutar cada momento.

De repente, empezó a temblar todo. El techo de la cámara comenzó a desplomarse poco a poco y grandes terrones de tierra cayeron al suelo. Se miraron a los ojos, se amaron de nuevo en silencio, se dijeron todo sin palabras. Oscuridad.

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- ¿Qué haces?
- Me he torcido el tobillo.
- Anda, levántate y pásame la pelota.
- Espera, me duele bastante.
- ¿Qué ha pasado?
- Nada, sólo he metido el pie en un puto hormiguero.









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