martes, 19 de mayo de 2009

Madrid. La ciudad que nunca duerme -mucho menos que Nueva York, digan lo que digan-. Madrid, la castiza, la mestiza, la de en verano la paliza y en invierno la pelliza. Madrid, la calientapollas (o calientacoños, que haberlos haylos), la que aparentemente se va a dejar hacer pero no se entrega nunca del todo. La reservada, la fría, la acogedora… para el que es de dentro.

Madrid la oscura, la sucia, la de los aires de grandeza, la expansiva, la paleta. Madrid la ruin, la bohemia… en versión cutre. Madrid la querida, la odiada en la misma medida, la del centro dudoso. Amo el Madrid caótico, el incómodo, el de Amaniel, el de Barco, Tres Cruces y Desengaño, el de la calle del Pez y Minas y Madera. El Madrid austríaco, el de Malasaña, el de Lavapiés y el de Atocha. El del río y el Viaducto, el de las puertas diversas, el de Rosales. El Madrid de Pirámides y de Melancólicos, el de la Virgen del Puerto, el del cementerio de San Isidro.

No me interesan el Madrid de Capitán Haya e Infanta Mercedes, el cuadriculado salmantino o el del Paseo de la Habana. Mucho menos el de Castellana, el de padre Damián ni el de Concha Espina. Me cargan las mocitas madrileñas porque me cargan los himnos, casi todos aunque unos más que otros. Me sobra el Madrid de allende la M-30, no le niego a algún barrio el buen gusto pero son tan Madrid como cualquier pueblo periférico, absorbido pero periférico.

Madrid, denostada y querida a partes iguales; tanto como abandonada, acariciada muchas noches. La ciudad, la Ciudad para tenerla cerca siempre y cuando esté lo suficientemente lejos. Incluso el Madrid que adoro -el de los techos altos y los portales viejos, el que prefiero a esos chalés tan modernos de tanto pueblo ex dormitorio, que quiere ser ciudad (Ciudad no podrá nunca)- es más bello a la distancia adecuada. Me lo han contado las hiedras que como manos pudorosas esconden vergüenzas en los chalés citados, me lo han dicho los árboles, lo chillan los pájaros. Que prefieren el hollín y el negro de humo y mierda del centro (de cualquier centro) que el seto recortado y la flor plantada aposta; que eligen la muerte lenta y contaminada siempre que sea de pié, como cualquier guerrillero de segunda fila, antes que la tiranía de lo estético impuesta por algún ayuntamiento. Que optan por vivir antes que por sobrevivir…

Madrid, nunca es amante, nunca esposa, jamás propia. Es hembra lúbrica, demasiado; es macho lascivo y rijoso. Más enhiesto que la más erecta de las pollas, más abierto que el más mojado de los coños. Madrid, un lugar en el que no se puede vivir, pero al que apetece entrar una y otra vez. Siempre y cuando te deje salir después.

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5 comentarios:

  1. Te has pasado con la descripción... Para bien, por supuesto. Es perfecta.

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  2. Yo no conozco tanto Madrid para opinar pero el concepto es claro y a mí me pasa más o menos lo mismo cuando comparo un patio andaluz y otro puto edificio pintado en salmón...otro más. Qué salmón más feo.

    Hace poco me llevaron al carmen de los Mártires, en Granada y puedo imaginar pisar la luna por primera vez porque mi asombro no tenía límites. Me asombró que un lugar así no estuviera destruido. Qué triste.

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  3. Malalua: no tanto, no lo creo. Aunque gracias.

    Betty: Sí, Madrid no deja de ser como cualquier otra gran ciudad, con salmón o con color crema, el concepto, efectivamente es el mismo.

    Gracias y besos a ambas.

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  4. Anhelo ese Madrid que describes. Es el Madrid que yo recuerdo y he vivido antes de trasladarme. Pero cuando regreso, me cuesta encontrarlo. El caos que yo encuentro a duras penas se parece al recordado. Será por que me quedo pocos días y no me da tiempo a ensuciarme.

    Un beso nostálgico.

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  5. Madame X: Es que sin ensuciarse es poco menos que imposible, pero sí, el macizo recortado va sustituyendo cada vez más a la pared con historia.

    Besos

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