miércoles, 16 de septiembre de 2009


Hay muchos tipos de manchas, como hay muchos tipos de manos. Hay algunas indelebles, las hay figuradas, las hay producto de la vejez, las hay consecuencia de todo tipo de actos. Hay algunas que están sucias por el trabajo duro o por la pobreza más o menos absoluta. Pero esas se limpian con agua. Existen otras manchas, más profundas, que no se limpian por más que las frotes, por más que las friegues…

Las manos manchadas son un poco como todo. Obedecen a tantas razones como manos. Me asustan las que parecen limpias, las que parecen inmaculadas. Son las más peligrosas, son las que sin que nadie se lo espere se desnudan del todo y, de repente, muestran su verdadera cara. La podrida. Son manos que en ocasiones han acariciado con ternura, han levantado caídos, han curado enfermos, del cuerpo y del alma. Pero son manos que engañan o lo intentan.

Hay manos que no engañan a nadie, son directas, son francas. Son manos que da gusto coger, manos que apetece tener entre las tuyas. Manos que enseñan la piel, que demuestran calidez. Me gustan las pieles limpias, las despojadas de artificio, las que van de frente. Me gustan las manos activas, que hacen y dejan hacer, expresivas... Me parecen atractivas las delgadas, de dedos largos, cuidadas pero con vida. Me gustan sus manos, me gustan tus manos. Porque son tuyas, entre otras cosas.

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