miércoles, 28 de enero de 2009


Es difícil recordar un momento concreto de una vida pasada. Es complicado porque el tiempo y la distancia modifican el recuerdo, lo hacen tan diferente al original que se hace fábula. Además la mente humana, otra quimera, se empeña en engañarse confundiendo términos, memoria con pasado. De este modo, nunca puedes estar seguro de que lo que tu mente te dice que sucedió, no sea fantasía pura y dura, más o menos parecida al suceso que acaeció, más o menos diferente de la realidad palpable.

Dicen los expertos, asimismo, que tendemos todos a enterrar los malos momentos pretéritos entre montañas de dulcificados acontecimientos, haciéndolos poco más que escoria y material susceptible de ser artificialmente revivido (a veces real, a veces no tanto) por los mercaderes del cerebro, los mercachifles de la psique que decía aquel, todo el batallón de psicólogos, psicoanalistas, hipnotizadores e ilusionistas y estafadores varios. Previo pago de su importe, por supuesto. Y no está mal que en este siglo que comienza casi y en el tercer tercio del pasado proliferen estos modernos confesores de ateos y agnósticos. Es un negocio como otro cualquiera, también hay hamburgueserías y politonos y dicen que es bueno.

Dicho lo anterior, no tengo nada claro que lo que para mí es un vívido recuerdo, no sea más que otro artificio de cerebro enfermo por definición. No estoy seguro, no puedo estarlo, de que lo que sucedió, sucedió realmente, de que lo que me hizo tal y como soy, lo hizo de verdad o por el contrario no es más que un castillo (a veces de arena fina y blanca y otras de cemento armado) edificado con cimientos de alucinación y arbotantes (ignoro en realidad si los castillos imaginarios tienen arbotantes) de fantasía.

Y es que me gustaría saber si la arrogancia me viene de serie, si me la he fabricado yo, si se debe a algo de mi pasado; me gustaría estar seguro de si tengo pocos recuerdos lejanos porque nunca sucedieron o si es una cuestión de incapacidad recordatoria. Porque solo recuerdo momentos en los que no estaba tan ciego, segundos en los que me parecía tenerlo todo claro, en los que el terreno en el que apoyaba los pies me parecía firme e inasequible al hundimiento. Y me siento arrogante por ello, porque estoy seguro (o casi) de que no siempre fue así, de que hubo otras épocas en las que me sentía de algún modo como ahora aunque me diera menos miedo resbalar. No tengo memoria de que haya habido un pasado en mi vida en el que, como ahora, haya tenido que pensar y repensar que paso dar a continuación, ningún momento atrás en el que haya tanta responsabilidad cargada sobre mi espalda y, por tanto, ningún momento en el que la audacia sea tan imprudente como en estos últimos tiempos.

Ni temo al futuro, ni temo al presente, así que aunque no sea Juan Sin Miedo, me niego a que el terror me paralice o me impida hacer aquello que crea necesario o bueno o justo o simplemente apetecible. Me niego y me rebelo ante cualquier pensamiento de esa naturaleza, me opongo con la mayor firmeza posible, no estoy dispuesto a dejarme vencer por la “madurez” o por la “responsabilidad”. Sé que ambas son guerreros legendarios, sé que muchos han caído antes que yo, muchos que eran mejores luchadores, pero hago todo lo posible por no unirme a esa larga lista de derrotados.

El problema viene cuando miro más allá, cuando busco en un anochecer naranja pintado de fuego una señal que a la que agarrarme clavando las uñas. El problema viene cuando toca mirar al frente, al naranja, y pelear. El problema viene cuando en esa batalla miro a mi alrededor y veo lo que veo, veo quién me acompaña, veo compañeros de guerra y simples y pequeños escuderos, los veo a todos ellos y en vez de insuflarme fuerzas en la flaqueza me obligan con sus ojos inocentes, sus ojos de virgen de guerra, a dejarme ganar, a rendirme ante el compromiso y la sensatez, a dejar que el pasado azuleje el futuro, a permitir que lo pretérito, lo recordado, sea lo que alicate el porvenir y que además lo haga con una sonrisa lo más amplia posible en el alma o en su defecto en la boca. Y me dejo vencer, por supuesto, no puede ser de otra forma. Y me como la arrogancia sin calentarla siquiera, me la trago fría y aún así, con sabor a mortaja en la boca, trato de sonreír con el alma o en su defecto con la boca. E incluso a veces lo consigo.

6 comentarios:

  1. Antes que nada, felicitarte por la estética de tus palabras: me enamoran.

    Está claro que tu texto tiene tintex existencialistas, como una descarga de todo aquello que te atormentará ahora y (quizás) siempre.

    Recibe un fuerte abrazo y sigo esperando leer más de tí.

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  2. A veces es necesario hacer lo que uno siente o le apetece, haciendo caso omiso de supuestos pasados idílicos o de vírgenes de guerra de mirada inocente.

    Porque, tal vez, si no lo hace, durante el tiempo que pasa antes de que se dulcifiquen los recuerdos uno se siente traicionado por sí mismo y, después, y aunque no sepa porqué, note un sabor amargo en la boca cada vez que piense en anocheceres naranja pintados de fuego.

    Un beso.

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  3. Malalua: Muchas gracias por tus palabras. Los tintes existencialistas... no más allá de "la náusea" ante determinadas situaciones...

    Un beso

    Numb: A veces es necesario, sí, pero otras muchas es imprescindible fiarse de la virginidad ocular, está bastante menos viciada.

    Besos.

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  4. Un placer volver a leerte. Echaba de menos tu estilo inconfundible.

    A menudo me pregunto yo también si el pasado es una distorsión mental. Pero, en realidad, ¿qué más da? Al fin, lo que importa no es cómo fue, sino, cómo lo percibimos.

    Y en cuanto a tu batalla, pues te diría que estamos condenados a la eterna duda. A lo mejor, deberíamos regirnos por el instinto y ser más animales.:-)

    Fascinante territorio el de tus transparencias.

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  5. madame x: Quizá tengas razón, quizá sea cierto eso de que deberíamos ser más animales o al menos, animales más a menudo. Pero son demasiados siglos de escapar de ese destino, no será fácil...

    un beso y gracias por los piropos.

    Holden: Y bien que te lo agradezco, permite descubrir nuevos/viejos lugares y caras.

    Gracias

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