lunes, 23 de enero de 2006


Estabas dormida. El agua, mansa, lamía tu cuerpo desnudo. Me sorprendió tu palidez casi tanto como que hubieras escogido el río para tu dormir normalmente inquieto. Las algas rodeaban con ternura tus tobillos queriendo atraparlos y los peque&ntildeos peces se acercaban a ti una vez perdido el miedo. Inmóvil, les dejabas hacer sin preocuparte de que intentaran juguetear en la proximidad de tu sexo. Alguna vez me habías dicho que te excitaba sentir tu piel caliente enfriada por el agua, sin tela que se interpusiera en tu comunión con ella. Era agradable sentir como sentías mezclarte con el agua, decías. Tu pelo flotaba libre y se ondulaba con el leve ir y venir cada vez más líquido. Tus ojos cerrados y tu boca entreabierta, decían más de la profundidad de tu sue&ntildeo que cualquier palabra que me viniera a la mente. Recordé el sexo pasado y deseé ser agua, empapándote. Te llamé, te llamé pero no me contestaste. Me acerqué y comprendí que tu descanso era como el de Ofelia, eterno.


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