jueves, 20 de marzo de 2014


Nadaste demasiado profundo, sirena. Te perdiste allá donde querías encontrar marineros que encantar, tú, que siempre fuiste faro. Tú, mujer con cola de pez, tan fascinante, tan sugerente, que hubo que inventarte traidora; hubo que fabular para no reconocer que eras irresistible. Nadaste demasiado lejos y desapareciste.

En tierra se te echa de menos, aunque el recuerdo permanezca, no es suficiente, nunca lo es. Se te añora, dama blanca, mucho. Fuiste como esa ola que nunca vuelve al mar. Porque no vuelve ninguna, jamás. Y hoy se recuerda el regusto salado en los labios, pero no es ya lo mismo.

Imagino que tu ausencia es una buena señal, una garantía de que tu vida va, de que tu vida existe. Quiero imaginarlo, claro, certezas las justas. Quiero suponer que la sirena encontró a Ulises y se enamoró. Quiero creerlo, pensar que el rubio aquel de ojos claros siguió creciendo y absorbió todo el tiempo de la sirena madre. Y que fue para bien.

Imagino que el astur que secuestró tu corazón lo tiene a buen recaudo. De modo que al final, aunque voluntariamente, eres tú, sirena, la seducida. Eres tú la cautivada, en una especie de paradoja elegida que por eso mismo, no duele. O no mucho.

Pero hoy releo palabras escritas con pluma de salitre, frases que huelen a Cantábrico y me invade una cierta nostalgia. Una melancolía absurda, por un tiempo que no fue, sin duda, mejor, para nadie. Sin embargo fue un tiempo que tuvo detalles y letras que sí merecen ser recordadas y que, también sin duda, se echan de menos pese a todo.

No sé si te llegará este escrito, allá donde estés. No sé si en esa tierra lejana a la que te retiraste perderéis el tiempo con transparencias. Allí donde es el mar el translúcido, cuando la espuma le deja. Esa tierra lejana que habitas, que has hecho tuya. Al norte del norte pero al sur de tu norte, por raro que suene. En realidad no tiene demasiada importancia. Sólo quería que lo supieras. Por si te da por volver.

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