Las manos infantiles llevan en las uñas millones de sueños, algunos se te pegan cuando te arañan, más si es despacito. Llevan en la piel tantas posibilidades, tantísimas potencialidades, que hasta duele pensarlo. Son manos diminutas, un poco torpes incluso. Son manos que incitan a ser cogidas, a ser tomadas entre las de uno, a ser invitadas a dar palmas o a girar o a entrelazarse. Son manos deliciosas, pasarías horas mirándolas.
Las cándidas manos de los bebés no parecen aptas más que para el juego, pero lamentablemente algunas de esas manos serán asesinas luego, serán violentas, algunas pegarán con el puño cerrado o a palma abierta, otras robarán, las menos (o así cabe esperarlo) arrancarán vidas. Pero cuando son pequeñas, cuando son blandas y delicadas, eso todavía no se sabe. Es posible -solo posible, pocas veces probable- que en algunas ocasiones se vea venir. Se esconde entre los surcos, se disimula entre mollas pero ves que está ahí. Cierras los ojos…
Por eso es importante cuidar esas manos, darles crema de cariño y masajes de firmeza. Darles límites a las manos, no dejarlas del todo. No pensar que como son pequeñas, como son suaves, como son tiernas, solo serán capaces de lo mejor. Las peores manos, también fueron acariciantes, también dieron palmas y también rozaron con cariño. Las manos homicidas, las violadoras, las que sujetan y golpean, también fueron manos de niño.